Raúl Molina
Este año, la fecha ha de convertirse en un nuevo hito histórico, con la presencia del pueblo en las calles y plazas para rechazar al sistema político imperante. Es la conmemoración de la gesta revolucionaria de 1944, hace setenta y cuatro años, que dio a Guatemala el único período de verdadera democracia en toda su historia. El desfile de trabajadores y trabajadoras, campesinos y campesinas, pueblos indígenas y mujeres, estudiantes y revolucionarios recordará a la ciudadanía que los pocos beneficios sociales que todavía gozamos fueron de los grandes logros de la Revolución de Octubre. También se conmemora, con pesar e indignación, el asesinato, hace cuarenta años de Oliverio Castañeda de León, Presidente de la AEU, abatido por las fuerzas armadas y de seguridad cerca del Parque Central, después de haber pronunciado su discurso al final del desfile. Oliverio nos dijo en esa oportunidad, sabiendo que la represión se venía más violenta, particularmente contra la Usac y el movimiento social: “Mientras haya pueblo, habrá revolución”. ¡Así fue, es y será!
Fieles a ese mensaje, nos reuniremos miles de personas en la Plaza de la Constitución y otros lugares, para señalar que el pueblo se ha lanzado a la nueva revolución -la revolución ética- que arrancará de raíz no solamente al Pacto de Corruptos, partiendo del Presidente, Vicepresidente y su Gabinete completo, sino que a los otros Poderes -Congreso y magistrados deshonestos- que están infiltrados en el sistema judicial, así como la totalidad del sistema político. La revolución ética, que utilizará todas las formas de lucha, derrocará al gobierno actual y promoverá un nuevo Pacto Moral, Social, Económico y Político, que ha de plasmarse en una nueva Constitución. No sabemos en qué forma estallará la revolución actual; pero no descartamos la toma del poder con movilización de grandes masas. De nuevo, el pueblo ejercerá su derecho a la rebelión contra los tiranos, consagrado en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Lo que ocurra este 20 de octubre será un anticipo de la energía ética que rescatará al país. Contaremos con el apoyo de la comunidad internacional, particularmente de los países que respetan los derechos humanos y del sistema de las Naciones Unidas. Ante el embate ciudadano, los poderosos locales -el CACIF y las Fuerzas Armadas- tendrán una de dos alternativas: recurrirán a la violencia política o promoverán la salida de los delincuentes del Estado. Todavía es posible imaginar que se preferirá abrir paso a la profunda depuración y transformación del Estado y que actuarán frente a Donald Trump para convencerlo de desembarazarse, para siempre, del lastre de delincuentes y corruptos de Guatemala. Entendemos que el resultado podría no ser el que queremos, porque también se movilizarán las fuerzas reaccionarias; pero eso no nos debe hacer desmayar. Nuestras luchas no se deben detener ahora por motivo alguno. No debemos desesperarnos ante el secuestro del Estado por parte de los maleantes. Simplemente, debemos hacer bien las cosas y contribuir con acciones, grandes y pequeñas, a la deslegitimación de los hoy “poderosos” y contribuir a su derrocamiento.