Juan Antonio Mazariegos G.
Las elecciones presidenciales celebradas en Brasil la semana recién pasada dejaron como cauda una segunda vuelta a celebrarse el próximo 28 de octubre, entre los dos candidatos más votados, Jair Bolsonaro del Partido Social Liberal (PSL), un conservador de extrema derecha quien obtuvo más del 46% de los votos y que competirá contra Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores, (exministro de uno de los gobiernos de izquierda del expresidente Lula Da Silva, quien guarda prisión por casos de corrupción), que obtuvo más del 29% de los votos emitidos.
Si bien las posiciones políticas, económicas y hasta filosóficas de ambos contendientes no pueden estar más alejadas, ese mismo extremismo se transforma en su común denominador, ambos representan, dentro de aquellos candidatos que tenían alguna posibilidad en las elecciones, las posiciones más extremas del escenario político brasileño y en ellos se refleja el grado de polarización en el que se encuentra Brasil luego de los comicios.
Alrededor de esa polarización se han escrito muchos artículos y como lo señalaba el escritor brasileño Luiz Puntel, citado por la BBC en uno muy interesante, relativo a este tema, “perdimos la alegría de discrepar sambando”, en alusión a que antes, en Brasil, las diferencias de la población terminaban cuando iniciaba la samba. De igual manera, el mismo reportaje del medio británico da cuenta que las encuestas mostraban que el 68% de los brasileños votó con ira y si algo podremos comprender todos es que la ira disipa o excluye a la razón.
La radicalización de las posiciones se transforma en un espiral ascendente para los cuestionamientos, las descalificaciones y la sin razón. El producto de un proceso de polarización solo se amalgama en los extremos, cada parte solo responde al dicho de que quien no está conmigo está contra mí y en la suma o búsqueda de apoyos, personas y votos, cada facción deja tirada la calidad por la cantidad, con el consecuente riesgo para las ideas, la tolerancia y las opciones viables para buscar desarrollo en los países.
Brasil y Guatemala tienen cosas en común, una de ellas es que en ambos países la polarización aumenta y campea, el resultado no va a variar aquí o allá, en la medida que las posiciones se distancien ambos extremos pierden calidad en su propuesta, aumentan la descalificación y se incrementa el riesgo para todos.
De cara a las próximas elecciones generales en nuestro país, es evidente que la espiral de conflictividad se acentuará y debemos tener la capacidad de sobreponer la razón a la ira, la propuesta sobre la descalificación y el análisis por encima de la difamación. De lo contrario alguno de los extremos llegará al poder, polarizado, excluyente y al amparo de lo que considere lo mejor, bajo esas condiciones, sufriremos las consecuencias de una elección equivocada.