Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

post author

Luis Fernández Molina

La palabra “rosario” viene de rosas. Es una palabra derivada como lo son poemario, glosario, recetario, temario, etc. que hacen referencia a un conjunto o colección de sus respectivos elementos. La entrega de rosas es una costumbre generalizada que desde antiguo se ha venido practicando para expresar profundos sentimientos humanos: amor y condolencias. Por eso aparecen las rosas en los momentos románticos, celebraciones o funerales. Los romanos acostumbraban colocar rosas en las imágenes de sus dioses; rosas rojas como símbolo de la entrega de sus corazones.

El iniciador del rezo fue santo Domingo de Guzmán. Allá por los turbulentos años de 1200 cuando en el sur de Francia se extendía la secta de los albigenses que, en los albores de la baja edad media, amenazaba con la unidad de la Iglesia Católica. Pasada la crisis dejó de rezarse hasta que surgió una nueva contingencia: la pavorosa peste negra cerca de 1340 que acabó con un tercio de la población. Nuevamente disminuyó la devoción hasta que el jueves 7 de octubre de 1571 surgió uno de aquellos momentos decisivos en el devenir de la historia universal. Uno de esos parteaguas cruciales en el que el destino de las generaciones se juega a una sola carta. Desde décadas anteriores, bajo Solimán el Magnífico, los turcos amenazaban occidente. La Europa cristiana se encontraba fraccionada entre los católicos del sur y los protestantes al norte. En el marco de esa división cualquier estrategia era aceptada, al punto que los protestantes eran aliados coyunturales de los “infieles”; todo valía con tal de derrotar al imperio católico español. Quien dominara el Mediterráneo terminaría dominando Europa imponiendo su religión. La alianza cristiana católica quiso zanjar el asunto y, en una acción temeraria, fueron hasta el extremo oriental, a enfrentar, “en su casa” a una armada otomana mucho mayor, apostada frente al puerto de Lepanto, hoy Naupactus, en el centro de Grecia (entonces bajo dominio turco). El sorprendente triunfo de los cristianos se atribuyó a que todos, entre ellos el soldado Cervantes, rezaron el rosario. La noticia llegó a Roma el domingo; por eso se celebra también el primer domingo de octubre.

El rosario no es una mera repetición de palabras; es una intensa concentración que recuerda veinte momentos del Evangelio y facilita una directa comunicación con una madre siempre presente, aunque ausente físicamente, a quien esperamos ver pronto. En la primera parte de la oración es una repetición, cierto es, de expresiones que aparecen en el Evangelio, es el saludo que expresa un emisario directo de Dios. En otras palabras, renovamos un mensaje originado directamente en el cielo y pronunciado por ángeles (Lucas 1,28). Seguidamente se bendice a Jesús “fruto bendito de tu vientre”; se alaba cincuenta veces ese nombre sagrado. En la segunda parte se pide a la Virgen que ruegue por nosotros, esto implica un reconocimiento al poder divino y superior de Dios ante quien pedimos que Ella interceda. Más adelante recordamos nuestra condición de “pecadores” y finalmente evocamos nuestra propia mortalidad: “en la hora de nuestra muerte.” Amén.

Artículo anteriorInterrogaciones sobre el pensamiento filosófico en América Latina (I)
Artículo siguienteLa importancia de lo declarado por “Neto” Bran