José Carlos García Fajardo.
Profesor Emérito de la U. C. M.
A pesar de los escándalos de algunos políticos, en sus cabildeos para obtener algún “máster”, en algunas instituciones seudo públicas, cada día se descubre un positivo renacer de la vida universitaria; porque se vive más en contacto con la realidad social y los jóvenes de hoy están más y mejor informados que en el pasado.
Algunos dicen que la universidad se ha convertido en una “guardería de adultos” pero que ahora, «gracias» al incremento de las tasas» las cosas van a mejorar. Mi experiencia no es esa. Los planes de estudio pueden cambiar y hay que adaptarse a ellos, pero los alumnos que buscan saber y los profesores que aman compartir los saberes inventan cada mañana la universidad como espacio de encuentro.
La inercia, la sobreprotección en las familias y el miedo de muchos jóvenes a no encontrar trabajo son el fruto de una nefasta educación para la sumisión. De ahí las penosas experiencias de muchos profesores en la enseñanza media que no logran hacerse respetar por padres dominados por el miedo y la inseguridad que los lleva a posturas de prepotencia y de agresión. Pero todo eso se cura en el primer año de universidad cuando conocen las reglas del juego. Nunca he tenido la experiencia de ser intimidado por alumnos o por clase alguna. Ni conozco a compañeros que no reciban el ciento por uno de cuanto comparten con sus alumnos.
Cada día me convenzo más de que a un joven, si le pides poco, no te da nada, pero si le exiges mucho te lo da todo. Enseguida se dan cuenta de que aquí no se trata de transmitir conocimientos, porque es difícil enseñar algo a quien no está predispuesto a cooperar, pero los mejores comprenden que sí es posible aprender. Los que no aciertan a descubrirlo y a poner todos los medios necesarios pasan por la universidad, pero la universidad no entra en ellos. La sabiduría los persigue, pero ellos corren más. Felizmente se ha superado la demagogia de que todos pueden y deben seguir estudios universitarios. Esa falacia hizo mucho daño, pero cada día se comprueba, con una satisfacción inmensa, de que pocas cosas existen en la vida como el placer de compartir y ver la respuesta de jóvenes que descubren que es posible otro mundo mejor porque es necesario.
Otros se quejan de que se han perdido aquellos principios que inspiraron movilizaciones como las de mayo del 68 o el 15M en España. Gran parte de aquellas revueltas fueron gritos de impotencia ante un orden caduco que terminó por engullirlos. Cada día se descubre un renacer de la vida universitaria porque se vive más en contacto con la realidad social y los jóvenes de hoy están más y mejor informados que en el pasado. De ahí surge el sentido de responsabilidad de los mejores.
La vida universitaria jamás podrá ser un fenómeno de masas sino de personas que se dan cuenta de que padecemos un mundo de injusticia social, y cuando encuentran a un maestro responden de forma generosa y responsable.
¿De dónde surgieron esos cientos de miles de voluntarios sociales que hoy asombran en la vieja Europa y que eran inimaginables hace unas décadas sino estaban vinculados a ideologías/creencias de uno u otro signo? La sociedad civil es un fenómeno emergente y poderoso del que todavía no parecen haberse dado cuenta ni los políticos, ni los empresarios ni los mandarines sin audiencia.
Cada día es mayor el número de los que descubren que este modelo de desarrollo está agotado porque es injusto. Que de una economía de mercado nos han llevado a una sociedad de mercado en la que pretenden tratarnos como a «recursos humanos», buenos para ser explotados. No hay más que escucharlos, entrar en sus blogs, sentir su rebeldía en la forma de vestir, en la necesidad de reunirse para compartir, «echar unas risas» y compartir música a pesar de la miserable confusión en la que una sociedad que anhela sumisos temerosos, los descalifica como pasotas, vagos, hedonistas, consumistas y amigos del botellón. Qué error, qué inmenso error. Pero todavía estamos a tiempo de descubrir y de reconocer que un mundo nuevo está naciendo y que muchos de estos jóvenes injustamente denostados constituyen la razón de nuestra esperanza en una sociedad más justa y solidaria, más libre y comprometida.
Mi experiencia me confirma que no vivo en una utopía, a no ser que esta sea una verdad prematura pero sabemos que las más nobles conquistas de hoy se han hecho realidad porque alguien las soñó primero.