Dra. Ana Cristina Morales Modenesi
En la práctica clínica a nivel público y privado es notoria la queja de que el país se encuentra viviendo una crisis económica como nunca antes. Las personas se quejan de que sus negocios no marchan bien, que el movimiento de ellos disminuye y les preocupa que sus empresas no logren salir a flote. También existe un incremento de desempleo que se deja ver por la disminución de su oferta y por el aumento de despidos.
A demasiadas personas el dinero no les alcanza para comer y menos para cubrir necesidades en la atención de su salud -física y mental- (existe controversia acerca del impacto positivo o negativo de las crisis económicas sobre la salud general. Pero hay un amplio consenso en cuanto a que la salud mental se ve negativamente afectada en períodos de recesión económica). Las personas tratan de manera reiterada de buscar diferentes alternativas para la satisfacción de sus necesidades económicas y de trabajo y al no encontrarlas, es lógico pensar que la desesperanza crezca.
La crisis está afectando a los dueños de empresas y a la clase trabajadora de manera adversa con manifestaciones de miedo, inseguridad, tristeza y ansiedad. Emociones que pueden conducir a depresión o a enojo hacia sí mismo o hacia los demás. Las personas pueden entrar a lo que el psicólogo Martin Seligman denominó “desesperanza aprendida”, un estado en el cual la persona permanece pasiva, acepta y se resigna a sus circunstancias y a su impotencia de llegar a cambiarlas.
El desempleo no solamente afecta de manera económica. Ya que el trabajo marca pautas de ordenación del tiempo, el establecimiento de relaciones sociales y se constituye dentro de la identidad personal. Por lo cual se sugiere que es necesario ante el afrontamiento del desempleo el mantener un determinado ritmo de vida, realizar actividad física, organizarse para buscar trabajo y no ver su no encuentro como un fracaso personal, mantener redes sociales de apoyo y de ayuda espiritual. De tal manera que la persona no se sumerja en aislamiento.
Ante las crisis económicas se han observado patologías concretas como son: los trastornos de ansiedad, el aumento de conductas adictivas, los trastornos del sueño y los trastornos depresivos. Se ha considerado también como un factor determinante para comportamientos suicidas.
Se describe que las dificultades para hacer frente al pago de la hipoteca o el riesgo de desahucio incrementan significativamente la probabilidad de que la persona llegue a ser diagnosticada de trastorno depresivo mayor. También el aumento de la incidencia de trastornos psiquiátricos puede evidenciarse con la acentuación de la utilización de sustancias psicotrópicas.
Es necesario tomar conciencia de que las crisis económicas aumentan el riesgo de padecer trastornos psiquiátricos y consecuencia a ellos tener repercusiones letales en la población con la posibilidad del aumento de conductas suicidas.