Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Adrián Zapata

Para mañana están convocadas diversas marchas de protesta en el país, incluyendo la ciudad capital, contra el gobierno y un paro nacional con la misma reivindicación. Lo sustancial de esta movilización es la indignación ciudadana contra los esfuerzos que hace el Ejecutivo por incumplir la resolución de la Corte de Constitucionalidad e insistir en no dejar entrar al país a don Iván Velásquez, en enfrentar a Naciones Unidas y, como asunto de fondo, evitar la continuidad de la CICIG en Guatemala. Los sectores sociales indignados incrementan su confrontación con el gobierno.

Jimmy Morales y su equipo están empecinados en esos propósitos y su responsabilidad de gobernar ha cedido lugar a la obsesión por sacar al Comisionado. Nada existe para ellos fuera de esta obcecación. Quienes apoyan al gobierno radicalizan sus posiciones y se parapetan en la esquina de la irracionalidad.

En esta dinámica, lo que se profundiza cada vez más es la polarización existente, en la cual los actores se atrincheran con suma vehemencia. La crisis política se agudiza y las decisiones gubernamentales hacen difícil su superación.

Afortunadamente ya empiezan, cada vez con mayor fuerza, las voces que claman por superar la polarización y buscar, mediante el diálogo, solución a la crisis. Un supuesto necesario para la viabilidad de estas emergentes voces es entender que la realidad no está pintada de blanco y negro, que en ella hay matices, grises que invalidan la clasificación maniquea que sólo reconoce como válidas las posiciones extremas e intransigentes en ambos bandos.

Lo anterior podría significar una aparente contradicción entre movilización y diálogo. Sin embargo, puede no ser así, siempre y cuando los actores confrontados superen el atrincheramiento.

El movimiento estudiantil, particularmente el sancarlista, pero no únicamente él, se ha puesto a la cabeza de la indignación ciudadana contra el gobierno y sus aliados. En esa posición están convergiendo movimientos campesinos y de ciudadanos urbanos.

En medio de esta polarización, las posiciones que demandan superar la crisis mediante el diálogo, podrían parecer poco pertinentes y, peor aún, hasta neutralizadoras de la lucha contra la corrupción y la impunidad.

Pero la realidad es exactamente al revés. No habría nada que dialogar si no hubiera movilización ciudadana. De igual manera, una movilización sin capacidad de crear condiciones para un diálogo y una solución negociada de las confrontaciones, sólo puede conducir al caos.

Por eso, es necesario comprender los roles que le corresponden a los diversos actores sociales que están presentes en la realidad nacional. Hay que preservar aquellos que puedan jugar un rol en el impulso del diálogo, sin el cual no hay soluciones democráticas posibles. Entidades como la Iglesia Católica, la Iglesia Evangélica y la Usac, como institución –que es diferente al movimiento estudiantil–, les corresponde jugar un rol impulsor del diálogo y la concertación, no sólo para superar la crisis política actual, sino que para salir de ella con visión de mediano y largo plazo, ya que la problemática nacional no se agota en la lucha contra la corrupción y la impunidad.

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