Francisco Cáceres Barrios
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Siempre he dicho que aprenderse de memoria la letra del Himno Nacional no es señal de patriotismo, ni de que quien lo entona sea poseedor de grandes valores cívicos. Un gran número de veces, tristemente, nos encontramos con personas fanáticas de su religión, por ejemplo, pero que a la hora de comprobar su comportamiento en el hogar o en la sociedad en que se desenvuelven, demuestran estar muy lejos de seguir fielmente los principios que inspiran la misma. De ahí la diferencia que hay entre los términos patriotismo y patrioterismo, significando el segundo un razonamiento falso del primero.
Por lo antes dicho, nunca he compartido el criterio educativo de inculcar patriotismo a la niñez y juventud a través de las marchas, ni del falso militarismo empleando sonoros tambores, trompetas y múltiples redoblantes. Creo que los valores cívicos que van a requerir cuando lleguen a ser adultos, no provienen de llevar bien el paso, ni de manejar hábilmente el bastón para dirigir la banda, sino del buen comportamiento ciudadano de cumplir con las leyes y normas que nos rigen y por ende, de no apropiarse de lo que no es suyo, como de respetar el derecho ajeno.
Por ello es que en diversas oportunidades he utilizado mis columnas periodísticas para criticar, acremente si se quiere, a las autoridades educativas del país porque siguen dejando en el abandono la buena calidad en todo sentido. Para ser sincero, a los padres de familia nos debiera venir muy flojo que nuestros hijos o nietos toquen el tambor con tal fuerza que hasta le sangran sus manos pero, que a la hora de sustentar en la universidad el examen de admisión más sencillo en matemáticas o lenguaje no los vayan a perder.
Hay que tener presente que el origen de la corrupción que priva en nuestra sociedad, porque no solo los servidores públicos la ejecutan tal y como se ha venido demostrando, proviene de la falta de valores y principios en la formación de los niños, situación que perdura en la juventud y llega fatalmente hasta la universidad, en donde se ha llegado hasta el colmo de vender títulos académicos, no digamos los doctorados que a todos nos consta les fascina a los políticos quienes, sin límites ni cortapisas, tratan todo el tiempo de engañar a sus seguidores.
No me opongo al ferviente deseo de los padres de acompañar a sus hijos durante los desfiles que se organizan con motivo de las celebraciones de la independencia patria, como tampoco hacerlo con sus prácticas deportivas, de arte o entretenimiento pero, eso no debiera significar olvidarnos que lo más importante para ellos y el futuro de la patria es su formación intelectual y la sólida construcción de sus valores y principios. Mientras en Guatemala no tengamos hogares sólidamente conformados sobre esas bases y en los establecimientos educativos no terminen de formarlos bien, garantizo que la corrupción y la impunidad seguirán intolerables.