Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Hace algún tiempo, en este mismo espacio, escribí una suerte de breve reflexión en torno al tema de cómo las redes sociales han influido en el ejercicio de la Democracia en todo el mundo. Desde los inicios de la llamada Primavera Árabe hasta las manifestaciones ciudadanas que en Guatemala terminaron en 2015 con la defenestración de quienes entonces ocupaban la Presidencia y Vicepresidencia de la República, las redes sociales han jugado, ciertamente, un papel importantísimo y trascendental. En ese orden de ideas, traigo a colación un comentario que escuché ayer domingo en un programa de televisión internacional en el que un respetado periodista argentino abordaba brevemente, como parte de uno de los segmentos de su programa de entrevistas, el peligro que (según su comentario) representa hoy día la existencia y uso de las redes sociales (particularmente Facebook) que se han convertido en un verdadero peligro para la Democracia. El periodista y entrevistador basaba su comentario (aunque asumo que la profundidad de su aseveración iba más allá de ése ejemplo somero que logré escuchar) en el hecho de que las redes sociales ejercen una influencia tal en el usuario -ciudadano- capaz de manipular su conducta con la finalidad de que este actúe de una u otra manera, según sea el caso. Debo decir, en virtud de ello, que considero en el asunto la existencia de una situación mucho más compleja y fundamental, en el sentido de que, si bien es innegable (puesto que se ha comprobado científicamente) que la conducta humana puede ser modificada de formas diversas y con múltiples fines, también es cierto que la manipulación de dicha conducta a través de los medios de comunicación-difusión no es algo nuevo, es decir, no es algo que haya surgido con el aparecimiento de las redes sociales y el Internet, sino que obedece a una dinámica que se ha desarrollado a través de la misma historia de la humanidad y de acuerdo a las capacidades mediáticas de cada etapa histórica según determinados intereses y fines; y como es lógico suponer en ese caso, cada etapa ha traído sus propias complicaciones y amenazas para aquello que hoy día percibimos o aceptamos como Democracia. Ahora bien, cuando se habla de esa peligrosidad atribuida al uso de las redes sociales en el marco del ejercicio de la Democracia, es menester indicar que quizá uno de los rasgos más destacables de dicho uso, como medio o mecanismo de comunicación actual, sea la inmediatez en la transmisión de información de cualquier tipo en tiempo real y lo masivo de su alcance, cuestiones que sí son decisivas para la participación ciudadana y que, como se ha visto, puede provocar cambios determinantes en las Democracias. La Democracia es una cosa, pero el mundo actual cambia de forma constante y acelerada, y quizá valdría la pena observar el fenómeno desde la óptica de corrientes científicas como la propuesta por el profesor Zygmunt Bauman (1925 – 2017), dado que las redes sociales tienden a la fluidez, a la flexibilidad y al cambio.

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