Pedro Pablo Marroquín

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Esposo, papá, abogado y periodista. ¡Si usted siempre ha querido un mejor país, este es su momento de actuar!

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Pedro Pablo Marroquín Pérez
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@ppmp82

Creo que para debatir este tema, debemos abordar algunas cosas que no son agradables pero que si no lo hacemos es imposible construir a futuro. Lo que Jimmy Morales lidera hoy no es un tema de soberanía porque de haberlo sido, desde la campaña se hubiera opuesto a la CICIG, no habría aceptado que el comisionado Iván Velásquez tratara de ayudarlo dentro de lo que cabe del mandato de la comisión, ni habría exaltado los resultados del 2016 antes de que alguien quemara a su hermano e hijo, lo que derivó en una sindicación penal y en su odio jarocho por la CICIG.

Lo que Morales lidera es un esfuerzo oficial, poniendo el aparato del Gobierno para satisfacer intereses personales de él, de algunas mafias y de varios (no todos) sindicados que han optado por negar, retrasar e intentar derrumbar todo para no contar con una condena en su contra. Ha habido varios que han optado por reconocer y han logrado avanzar con nuestra justicia, que está maltrecha porque así la hemos mantenido, no porque el MP y la CICIG la torcieron.

Han existido otros que quizá desean llegar a juicio pero sus compañeros sindicados no se los permiten (al retrasar maliciosamente) y nuestro diseño procesal no les ha permitido seguir avanzando en “cuerda separada”; hay otros que simplemente son víctimas de la saturación producto de muchos factores, uno de ellos que en Guatemala tengamos 6 jueces por cada 100 mil habitantes cuando el estándar son 17 y de que en tres meses, por ejemplo, se cancelaron 14 mil 976 audiencias por varias razones, agravando el atraso.

Los problemas estructurales del país se originan con la corrupción y no es la lucha contra este flagelo la que nos pone en apuros. Hoy, seguimos teniendo escuelas que no preparan, hospitales y centros que no previenen, seguridad reactiva, justicia tardía, mala rendición de cuentas, pésima ejecución, ausencia de economías de escala, mala infraestructura, etc. y son los vicios que teníamos antes de la lucha contra la corrupción, solo que hoy tenemos más conciencia y muchos más preocupados por sus hechos del pasado.

Y por eso es bueno entender y decirle al mundo, en especial a quienes desde Estados Unidos creen que el modelo de CICIG ya caducó, que mermar la lucha contra la corrupción es el aliciente perfecto para incrementar la migración ilegal y que ante la falta de oportunidades no habrá muro que resista el éxodo.

Que darle carta libre a quienes desean regresar al pasado, afecta la seguridad nacional de ambos países porque puede abrir la puerta para que los terroristas vean a Guatemala como un paraíso para obtener pasaportes tipo Barreda en tiempos de Degenhart y si pasa eso (Dios no lo quiera), sí que lo tendrán que explicar ante el pueblo americano porque serán señalados por siempre como los facilitadores de un tema que atente contra la seguridad nacional.

Matar los esfuerzos contra la corrupción nos llevará al pasado y eso nos provocará una mayor desaceleración o incluso baja en la economía y nuestro mercado no es lo suficientemente sólido para aguantar esos empellones. Necesitamos más pero sin lucha contra la corrupción y el esfuerzo por enderezar las reglas para que todos operemos bajo las mismas normas, la gente volteará a ver otros mercados.

Arreglar Guatemala es tarea nuestra, de los guatemaltecos, pero eso es y así ha sido siempre y no ahora que desean salir de un colombiano y muchos extranjeros que han sacrificado todo por llegar a ayudarnos a enderezar el rumbo y han desnudado la verdad.

Y otro grave problema que tenemos es que seguimos sin ser capaces de alcanzar los acuerdos para caminar juntos, para mostrar nuestro hartazgo al mundo pero también para enseñar el camino del futuro que debemos de construir con el esfuerzo de todos y me preocupa que quienes deberían liderar están en la banca esperando a que llegue el minuto 90 o hasta quizá, haciendo esfuerzos para que el entrenador (el pueblo) no los mire para no tener que entrar a jugar un partido bravo en el que nos jugamos todo, que para estos efectos, es nuestro futuro o en algunos casos, la vida.

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