Adolfo Mazariegos
En el ámbito político-social, desde México hasta Brasil, pasando por el istmo centroamericano, América Latina experimenta en la actualidad procesos diversos (de distinta índole) que, se quiera o no, confluyen en un mismo punto común: la democracia (el menoscabo o el fortalecimiento de esta, según sea el caso, dependiendo de las particularidades y circunstancias diversas que imperen en cada país). En ese sentido, ciertamente, los países latinoamericanos transitan en su mayoría, debido a razones históricas sabidas e innegables, por similares senderos. Y resulta “curioso”, por decirlo de alguna manera, cómo la corrupción ha pasado a formar parte en la práctica (no de manera formal en el sentido académico del concepto ‘Democracia’, por supuesto) de los procesos democráticos de los Estados latinoamericanos, permeando las estructuras de estos y de sus gobiernos y convirtiéndose en una suerte de modus operandi de distintos actores que ya resulta imposible no incluir en los mapas políticos y en los análisis científico-sociales tanto prospectivos como de coyuntura, en virtud de que, poseen cualidades y recursos capaces de cambiar los escenarios y hacer tambalear, en un momento dado, a ese mismo Estado al que han permeado, situación de la que pareciera que muy pocos logran escapar hoy día. Actualmente vemos prácticamente a diario en los medios casos con serias acusaciones de corrupción a gran escala (imputaciones que la lógica indica habrían de seguir el proceso correspondiente y probarse adecuadamente en el marco de la aplicación de la justicia, por supuesto) en Argentina, Brasil, Ecuador, El Salvador, Guatemala y otros, lo cual es un claro indicio de que el fenómeno es un asunto prácticamente generalizado, y aunque no es una cuestión exclusiva de América Latina ni tampoco algo que no existiera veinte o cincuenta años atrás –justo es decirlo–, por distintas razones que sería extenso enumerar, ha cobrado especial relevancia y trascendencia en el continente en la actualidad. Esto nos lleva a esbozar una breve conclusión informal y empírica al respecto: la corrupción es como una bola de nieve, si no se le detiene, se hace más y más grande arrasando con todo aquello que encuentra a su paso, lo cual se transforma, al mismo tiempo, en una suerte de círculo vicioso que como indican los especialistas, entre otras cosas, no permite un adecuado combate a la delincuencia, situación que incide directamente en la sociedad, como resulta evidente. Así las cosas. La democracia llevada a la práctica es un asunto complejo, sin duda. No obstante, en América Latina está más cerca que nunca el momento en que deberá plantearse la disyuntiva de, revisar concienzudamente sus propios modelos, dada la trascendencia y responsabilidad que conlleva el ejercicio del poder y dados los cambios innegables que ha sufrido la Democracia en la práctica a causa de la corrupción, o, sencillamente no hacer nada y esperar a ver qué pasa. En ambos casos, puede intuirse el resultado.