Ana Cristina Morales

crismodenesi@gmail.com

Médica y cirujana licenciada por la Universidad de San Carlos de Guatemala, especializada en psiquiatría con arreglo al Programa USAC/IGSS. Con las especializaciones de atención en psicoterapia a mujeres maltratadas, así como en adicciones y Supervisora psicosocial. Autora de -Aprender a perdonar. “Una herramienta en psicoterapia”, publicación personal, y coautora del artículo: “Consecuencias biopsicosociales del abuso sexual”, del libro Síndrome de intestino irritable y otros trastornos relacionados, publicado por Editorial Panamericana. Del libro “El perdón y la salud” de editorial Plataforma. Columna de opinión “Conversando con la Psiquiatra” en el periódico guatemalteco “La Hora”, Trabaja en oficina privada como psicoterapeuta y psiquiatra.

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Dra. Ana Cristina Morales Modenesi

El aspecto físico de una persona puede variar según las diferentes etapas de vida y esto producir cambios en la percepción de quién se es. Estos cambios pueden ser aceptados o rechazados por la persona o por su ámbito social. Ejemplo de momentos que requieren modificaciones de la percepción de la imagen corporal son: la adolescencia, el embarazo y la vejez.

Pero existe la posibilidad de que una persona cuente con aspectos físicos desde nacimiento que le impiden tener un desarrollo esperado como normal de sus características corporales y esto le conduzca a ser discriminado, a ser víctima de bromas crueles al ser vista con rareza y por lo tanto carente de belleza. Así como a tener dificultades para su autoaceptación.

En la actualidad existe la necesidad de cumplir con parámetros sociales de lo que la belleza pueda significar y las personas en determinados momentos con tal fin se encuentran dispuestas a correr riesgos de vida. Hay quienes se manifiestan con la adicción de cirugías plásticas, recurren a estos procedimientos una y otra vez con la idea de carencia y de solventarla a través de las múltiples intervenciones. Y no existe una normativa que las pueda defender de sí mismas.

Además, existe la posibilidad ante eventos como accidentes o enfermedades que el aspecto físico de una persona cambie tanto e incluso deforme facciones humanas consideradas como propias. Y estos cambios súbitos pueden provocar secuelas emocionales difíciles de afrontar para quienes lo sufren.

Conozco de una mujer en sus cuarenta y tantos años que cubre su rostro desde no hace mucho, solo cuando se siente ante un ambiente protegido es capaz de develarlo. Y agradece el cuidado de otros para no verlo de manera prejuiciosa. Ella cuenta que todo comenzó con una pequeña lesión en su labio superior y que utilizó métodos caseros para mejorarla sin obtener ningún buen resultado. Que incluso visitó a grandes curanderos y que no pudieron ayudarla. De último decidió buscar un hospital y aún no ha recibido tratamiento en espera de resultados de biopsia.

Lo más trágico de su historia es que el labio comenzó a desmejorar tanto y a carcomerse a sí mismo. Llegando a deformarle el rostro, provocando malestar para ella y rechazo de los demás. Cuando ella se dejaba ver los niños y la gente en general la señalaban, les causaba espanto y ella vivía de vender comida que ella misma elaboraba. Pero desde que su cara cambió ya no pudo continuar vendiendo su comida la gente, tal vez, con temor a contagiarse no quiso más comprar de sus viandas y ahora vive de lo que alguno de sus familiares pueda proporcionarle.

Es aquí donde reflexiono que podemos ser crueles con alguien solamente por como interpretamos su aspecto físico. Que cuando una tragedia la observamos en el otro y mientras permanezca ajena es posible que no sea de nuestro interés. Pero nadie puede estar en salvaguardia de ninguna malaventura.

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