Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Qué difícil son las conquistas sociales en un país constituido por grupos interesados en vivir a merced del Estado.  Y más aún al no haber contrapesos suficientes para el equilibrio de fuerzas.  Con una sociedad atomizada, entretenida laboralmente (porque no hay de otra) y muy distraída, pendiente de conciertos y el disfrute de “la dolce vita”, es difícil cambiar de canción.

Así, Guatemala entona la misma melodía de injusticia, inequidad y exclusión desde tiempos inmemoriales. Mangoneada por quienes pueden: los que saben organizarse, los creadores de un sistema estructurado sobre la prensa, las iglesias y la venalidad pródiga, dispuesta siempre a formar parte de un conjunto desgastado y monotemático.

Lo raro es que, aún con todo, no hayamos tocado fondo.  Seguimos jugueteando con los huevos del toro que, fresco y decrépito, no se ha enterado.  ¿Revolución?  ¿Un pensamiento divergente, nuevo, alterno?  Nada de eso.  También los que pueden hacer crítica social se distraen en las redes sociales protestando insulsamente cual judíos en el Muro de los Lamentos.  Inocuos de campeonato, corresponsables de la tragedia nacional (eso sí, un poco todos).

Fingimos que las cosas van bien.  Figurando la clase media que de lo que se trata es solo de ser optimistas.  Imaginando clase y poder con el agua hasta el cuello, permitiendo que los bancos sigan oprimiendo a los cuentahabientes, disfrutando las sobras de la mesa de los ricos.  Sintiendo orgullo (tontuelos que somos) del color de nuestra piel, del apellido que ostentamos (según nosotros con pedigrí) o de pertenecer a clubes (¿Leones? ¿Rotarios?) donde supuestamente nos codeamos con la “crème de la crème” del país.

Con ciudadanos así, ¿cómo no estar como estamos?  Peor todavía, con un sistema desgastado y chirriante, pero eficaz.  Porque la educación ha fracasado en su proyecto utópico de crear al hombre y mujer nuevos.  La ley sigue al servicio del capital y los profetas se cansaron de alzar su voz.  Vivimos oprimidos por la anemia orgánica, la pereza viciosa y el estado de eunucos forzados, con miedo hasta de nuestra sombra.

Quiero decir que no hay condiciones para lo diverso ni posibilidades mejores en un futuro próximo.  ¿Pesimista?  Sí, pero con una ilusión de error en mi corazón.  Con esperanza.  Implorando un milagro, la magia que posibilite lo imposible.  No lo descarto, aunque con el tiempo creo menos en el reinado del bien.  Veamos si tenemos suerte de vivir para contarlo.

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