Juan Antonio Mazariegos G.
Cuenta una antigua leyenda griega que un rey pagano de Arabia tuvo un hijo, cuyo nombre original era Offerus, un gigante descomunal que luego de convertirse al cristianismo adoptó el nombre de Cristóbal, no se dedicó ni al ayuno y ni a la oración, sino que voluntariamente aceptó el oficio de transportar a la gente, de un lado al otro de un río caudaloso, sobre sus fornidos hombros. Un día, cumpliendo su tarea, llevaba a un niño que continuamente crecía, de tal modo que le parecía que llevaba todo el mundo sobre sus hombros. El niño se le reveló como el creador y redentor del mundo y contar esa historia y defender su fe llevó a Cristóbal a ser encarcelado, martirizado y después de crueles suplicios finalmente decapitado.
Este Cristóbal, cuyo relato se entreteje con otros personajes de la historia de la Iglesia Católica, fue finalmente llevado a los altares y ya con el adjetivo de Santo, sin duda por la profesión que le atribuye la leyenda, se convirtió en el patrono de los pilotos, aquellos que transportan hoy a miles y miles de guatemaltecos en un río de asfalto, sin duda mucho más peligroso que aquel en el que San Cristóbal ofrecía sus servicios.
Esta semana por las calles de la ciudad se podían observar algunos viejos buses rojos con hojas decorativas, globos y leyendas pintadas en sus vidrios que celebraban el día de su patrono, San Cristóbal, en una combinación de estoicismo, fe y resignación que solo puede ser entendida a la luz de una enorme necesidad de mantener a sus familias o de la inexistencia de alguna otra opción que no les haga jugarse la vida día a día como lo hacen estos guatemaltecos.
De conformidad con datos de la Defensoría de los Usuarios del Transporte Público de la PDH, citados por el matutino elPeriódico, en lo que va del año 112 personas, entre pasajeros, pilotos y ayudantes han fallecido en atentados cometidos contra el transporte público, convirtiendo nuestras calles en verdaderos ríos de sangre que sirven para nutrir el temor que requiere la extorsión, con la que lucran maras y delincuentes similares, sin que nadie ponga un final a esta tragedia.
No sé si el gigante Cristóbal se habría animado a conducir un bus rojo en la ciudad de Guatemala, ignoro si el peso que sintió sobre sus hombros cuando transportó al creador, según la leyenda, era más pesado que el que deben sentir los pilotos de esos buses, viendo con recelo, cada moto que se les acerca, lo que sí tengo claro es que estos guatemaltecos, normalmente denigrados por todos con el epíteto de chofer de camioneta, se merecen nuestra admiración, respeto y el que exijamos a las autoridades que hagan su trabajo protegiéndolos de las maras y de la muerte para quitar un poco de trabajo a San Cristóbal.