Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Adrián Zapata

Romano, Silvina, et al, escribieron para CELAG un artículo titulado “Primavera democrática en Nicaragua, ¿anticipo del verano… o el invierno?” (12/5/2018). Es una advertencia en relación a las sobre expectativas que podrían darse sobre el desenlace de la actual crisis política en Nicaragua, señalando el rol de los Estados Unidos en estos fenómenos de derrocamientos de gobiernos que no son completamente funcionales a sus intereses geopolíticos. Intenta aplacar el entusiasmo de quienes sueñan con desmesura. Hacen ver cómo, hace tres años, algunos denominaron primavera democrática a las movilizaciones que se dieron en Guatemala (la apoteósica “plaza”), habiendo surgido de allí un gobierno de derecha, vinculado a los añejos contrainsurgentes, corrupto e incapaz. No intentan, ni por asomo, defender al gobierno defenestrado del P Partido Patriota, sólo lo utilizan como ejemplo para moderar ansias.

El gobierno de Ortega sin duda tuvo éxitos que no se pueden ignorar, incluso desde diferentes perspectivas ideológicas. La economía creció, hubo inversión extranjera, la pobreza disminuyó, el narco no juega el rol que tiene en otros países, como Guatemala; la seguridad ciudadana es muy superior a los niveles existentes en sus vecinos (Guatemala, El Salvador y Honduras), no hay, comparativamente, migración significativa para los Estados Unidos y, lo que es muy valioso, el país tuvo muchos años de estabilidad social, económica y política. Hizo un pacto con los empresarios que le permitió, de hecho, cogobernar con ellos.

Pero, de repente, todo se ha tambaleado y el gobierno parece hundirse. Una decisión gubernamental sobre el régimen de pensiones, más que justificada por razones técnicas, fue la chispa que encendió la movilización ciudadana, que rápidamente, con el arrojo que caracteriza a los nicas, tomó formas insurreccionales.

Desde el norte imperial los cubano americanos se frotan las manos en su obsesiva angustia por derrocar los gobiernos “de izquierda” de América Latina. Los empresarios y la iglesia nicaragüenses se alinean con estas pretensiones. El gobierno norteamericano, con su visión imperialista, no puede estar tranquilo ante las “veleidades” de Ortega con los chinos, los iraníes, los rusos, Cuba y Venezuela.

Pero Daniel está pagando la deuda acumulada por la incoherencia entre su discurso e historia revolucionaria y su pragmatismo político y conducta personal éticamente injustificable. Todo comenzó con la “piñata” por medio de la cual una buena parte de la dirigencia sandinista se convirtió en dueños de medios de producción y él siguió con su desmedida ambición personal por acumular riqueza.

A esta debilidad se sumó la codicia política que lo llevó a controlar el Estado, llegando a ser la división de poderes sólo un discurso. El colmo de la ceguera fue no sólo su perpetuación en la Presidencia, sino que el descaro de ser su esposa la Vicepresidenta. Obnubilado por el poder, se quedó ciego.

Pero, a pesar que a muchos no les guste, Daniel tiene niveles importantes de apoyo social, aunque seguramente en declive ante la rebeldía popular.

Las lecciones parecen estar claras. La izquierda no puede perder la ética revolucionaria; los liderazgos de esta opción política no deben acomodarse a los privilegios que el poder permite, ni aprovecharse personalmente de él.

Deben entender que la permanencia de Fidel en Cuba fue excepcional y que respondió a un contexto histórico determinado, pero que, en pleno siglo XXI, la democracia es la opción legítima y que no se puede manipular al Estado para desnaturalizarla en beneficio particular. Daniel ya es indefendible, la guerra civil una indeseable posibilidad y el desenlace conservador muy probable.

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