Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Nos quejamos mucho de la clase política que sin escrúpulos nos ha gobernado a lo largo de esto que algunos todavía llaman apertura democrática, pero la verdad es que en la vida no hay espacios vacíos, y cuando de manera efímera se produce alguno, alguien lo llena de inmediato y la falta de participación de la gente que se siente y cree decente facilita la incorporación del tipo de personas que con razón criticamos, pero que no podrían tocar tablita si entendiéramos la importancia que en verdad tiene la participación ciudadana en la vida política del país.

Lo ocurrido desde 2015 ha servido para que la ciudadanía pueda tomar conciencia de cómo se pervirtió el modelo político porque esa corrupción que se intuía, fue evidenciada con pruebas que, por cierto, no han sido aún valoradas en los tribunales porque los encartados se la pasan entrampando los procesos esperando a que llegue el fin del mandato de la CICIG y así puedan disfrutar de mayores benevolencias procesales.

Ciertamente hacen falta verdaderos partidos políticos pues muchos de quienes son postulados a puestos de elección popular deben comprar esas postulaciones porque se ha convertido a la democracia en un sucio mercado donde se compran y venden voluntades. Y en esas condiciones no sólo no se estimula la participación de gente decente sino que se excluye, porque nadie que se precie de tener valores éticos puede meterse al juego en el que, para pedirse cartas, tiene que poner el pisto sobre la mesa.

De manera que a la secular apatía de la gente de bien se suma la secular perversidad de los pícaros que han moldeado el sistema de manera que únicamente ellos tengan acceso y participación, pero ahora que se ha ido agrietando el modelo a punta de la judicialización de los casos de corrupción, hace falta el empuje que significa la participación de gente de principios y valores que esté dispuesta a aprovechar los espacios que se puedan abrir para darle cara vuelta a la estructura cooptada por los vicios que pervirtieron nuestra democracia para convertirla en auténtica pistocracia.

Por supuesto que no es fácil meterse en las aguas de la política porque poco es lo que ha cambiado y es mucho lo que está por hacerse, pero creo que al menos ahora hay oportunidades de incidir en contra de la corriente que ha destruido al país y surgirán espacios para que la gente dispuesta a luchar contra las prácticas malsanas, pueda poner su grano de arena. La tarea de reformar a Guatemala no puede ser de una persona, de un líder o candidato porque la descomposición es tan grave y profunda que hará falta el concurso de los ciudadanos para emprender un proceso de transformación, pero al menos ahora tenemos claro hasta dónde nos hemos hundido y también se ve de manera cristalina la necesidad de emprender un camino diferente.

Ciudadanos de todos los sectores económicos y sociales, hombres y mujeres que desean un mejor futuro para sus descendientes, deben aprovechar el momento, que puede ser la última oportunidad, para nutrir con su participación esfuerzos que apunten a emprender la limpieza del sistema.

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