Las fuentes de la corrupción son variadas en un sistema que llegó a pervertirse casi de manera absoluta y en el que la decencia se vuelve rara excepción aislada. Desde la burda mordida callejera hasta el sofisticado negocio que vuelve millonarios a quienes fueron privatizadores, la gama es inmensa pero nada compite con el financiamiento electoral ilícito que compra nada más y nada menos que a presidentes y diputados que se convierten en fieles servidores de quienes aportaron millones durante la campaña, aunque no todo el dinero es usado en el proselitismo porque desde entonces engordó las billeteras de los aún candidatos.
Se habla mucho entre los políticos de las decisiones de las bases, de postulaciones que responden a la estructura partidaria, pero la verdad monda y lironda es que diputados y alcaldes llegan luego de haber comprado sus respectivas postulaciones y que empiezan a recuperar la inversión desde la misma campaña cuando sus financistas les bañan en dinero. No digamos los candidatos presidenciales, receptores de las sumas millonarias, parte de las cuales, en bajo porcentaje, se usan para cubrir gastos de campaña mientras una buena suma se queda en la billetera o se lava en la compra de inmuebles, vehículos de todo tipo y profundas caletas.
No es casual, pues, que los diputados hagan ahora micos y pericos para reducir la pena al financiamiento electoral puesto que en un pacto con autoridades partidarias los financistas ya conocidos, están cerrando filas para reducir las penas y dejar prácticamente en un remedo el delito existente. Los que fueron denunciados saben que si el Congreso baja la pena ellos serán beneficiados por el principio de la retroactividad de la ley; por ello es que hacen todo lo que esté a su alcance para ayudar al Pacto de Corruptos en la aprobación de esa espuria reforma que ya está identificada como un asqueroso conflicto de intereses.
Se tiene que mantener una sanción para quienes, en los partidos políticos y entre los que donan de manera irregular, dejen de actuar de manera contraria a la democracia y, sobre todo, sobornando a los políticos desde antes de que lleguen al poder. Más que simple soborno es una auténtica compra de títeres que durante cuatro años se ponen de columbrón para satisfacer las demandas de sus patrocinadores que no dan palos de ciego y saben que con el financiamiento hacen que sus beneficiarios vendan el alma al diablo.
Ese sucio juego es lo que ha llevado al país a la más absoluta podredumbre y debe terminar ya.