Luis Fernández Molina
Dentro del ondulado territorio -boscoso y verde-, de Goathemala, los soldados españoles que venían de doblegar a los aztecas y otros reinos mexicanos, fundaron la ciudad de Santiago en 1524. El 25 de julio no fue una fecha casual; muy a propósito se escogió ese día por corresponder al santo patrono Santiago, el apóstol, el adalid de la reconquista española. Por lo anterior nuestra ciudad debería llamarse “Santiago” (como la capital chilena).
El santo patrono aparece en el centro del escudo de armas de la nueva ciudad. Espada en alto y escudo en pecho, sobre blanco corcel está blandiendo el arma espada para acometer a los invasores moros quienes, por casi ocho siglos, ocupaban el territorio peninsular. En el fondo del escudo aparecen los mismos tres volcanes que se divisan desde La Antigua, el de en medio tiene humo, es precisamente el de Fuego; siempre inquieto, siempre vomitando lava. Aparecen, asimismo, varias figuras de conchas, son las conchas de vieira, símbolo inequívoco del mismo Santiago.
En un sentido extensivo, la ciudad de Guatemala se ha podido llamar de cuatro formas: a) Iximché, b) Almolonga, c) Panchoy y d) Las Vacas. También pudo denominarse: Santiago, como arriba indico, o bien Asunción (igual que la capital paraguaya). Como Iximché no duró más que tres años, hasta que los locales los echaron. Como Almolonga permaneció hasta que el poblado fue sepultado por el alud que descendió de las faldas del volcán de Agua en 1541. Como Panchoy duró hasta que otra catástrofe -los terremotos de Santa Marta- la destruyó.
En un contexto histórico, el referente de la ciudad de Santiago es La Antigua. Joya colonial en que nos regodeamos todos los guatemaltecos y visitantes. De ahí nuestra obligación de preservarla para futuras generaciones. Fue la capital del reino por 230 años hasta que los terremotos de 1773 obligaron al traslado al actual sitio. Desde entonces han pasado 240 años.
En aquellos 230 años, como es lógico, La Antigua pasó por muchas etapas. Por lo mismo cometemos el error de generalizar y traslapamos mentalmente muchos escenarios que no corresponden. Imaginamos a veces a don Pedro de Alvarado en los corredores del Palacio de los Capitanes Generales (terminado 200 años después), a Bernal Díaz en una de las actuales mansiones que ronda la Plaza de Armas o al Hermano Pedro caminando por debajo del Arco de Santa Catarina (construido 30 años después de su muerte) o frente al frontispicio de encajes de La Merced. Doña Beatriz la Sinventura y el obispo Marroquín fueron sepultados en la catedral, pero en la anterior, por ello se extraviaron sus restos. A grandes rasgos podemos establecer tres etapas: los primeros años de la conquista, en que prevalecían las construcciones de bajareque; la época intermedia y la época de las construcciones más sólidas. Esas tres etapas se pueden representar en tres personajes: Bernal Díaz del Castillo, Pedro de San José de Betancur y Martín de Mayorga.
Es sus primeras décadas las construcciones eran de un solo nivel, hechas de materiales simples: bajareque (bahareque), con techos de paja. Poco a poco se fue empedrando el centro y se edificaron grandes conventos e iglesias con aplicaciones del arco. Aparecieron las tejas y las bóvedas. Si, en una caminata por la ciudad, observamos con ojos críticos podremos definir diferentes estilos arquitectónicos. Bastantes obras son de los años posteriores a 1751, terremoto de San Casimiro (descrito por Rafael Landívar). Muchas casas son iguales a las que hay en las zonas 1 y 2 capitalina construidas a partir de 1780.