Juan Francisco Reyes López
jfrlguate@yahoo.com
Continuando con mi carrera como oficial del Ejército, a un pequeño grupo de oficiales se nos seleccionó para ser parte de las agregadurías militares en El Salvador, Honduras y México y así tener en ellas oficiales de la misma edad y de la misma formación y que se encontraban exilados en esos países.
De esta manera se buscaba mantener una comunicación con dichos oficiales, incluso un programa para convencerlos de no politizarse, de no convertirse en parte de los movimientos de izquierda que dirigía Cuba en el continente.
Para ello, el gobierno estaba anuente a mantenerles un subsidio económico que les permitiera vivir y estudiar una carrera universitaria, algunos lo aceptaron, la mayoría no.
En esa asignación que tuve en El Salvador pude saludar, unas pocas veces, a Luis Trejo y a Luis Turcios, como amigos, como compañeros, pero no pude hacerlos comprender lo que implicaba ser parte de la guerrilla, evidencia de ello es que ambos murieron en combate.
Estar en esta asignación era agridulce, a lo que se le agregó que mis padres insistieron en hacerme notar que al concluir la misma, mi situación profesional y económica sería muy restringida y que ellos me ofrecían el doble de salario, vehículo y combustible de trabajo, así como el uso de la residencia que mi madre había construido y me había obsequiado a raíz de mi matrimonio
Aspectos materiales y económicos me obligaron a dejar el Ejército, por el cual tengo tanto cariño y afinidad.
Coincidentemente, se fundaba la primera universidad privada del país, la Universidad Rafael Landívar, con sus tres facultades: Humanidades, Economía y Derecho, pudiendo yo ser uno de los primeros estudiantes de la Facultad de Derecho. Sesenta estudiantes iniciamos la carrera y seis años después nos graduamos ocho, quienes este año cumpliremos cincuenta años de egresados.
Los estudios universitarios en la Rafael Landívar eran ordenados y sistemáticos; de lunes a viernes iniciamos las clases a las cinco, con una interrupción de treinta minutos, y las concluíamos a las nueve. Cuatro eran las materias que se abordaban día a día; para fortuna y suerte nuestra, los catedráticos eran profesionales, en su casi totalidad, sumamente bien preparados y experimentados, como Mario Aguirre Godoy, Jorge Skinner Klée, don Vicente Rodríguez, don Gonzalo Méndez de la Riva y otros más, todos coautores de los principales códigos del país, quienes enseñaban por amor a la profesión, por el deseo de mejora del país y por el pequeño estipendio que les daban por impartir cada clase.
Ello produjo una sustancial diferencia académica con la Universidad de San Carlos, que hasta hoy está politizada y mediatizada por sus alumnos y algunos de sus catedráticos.
Durante los seis años de estudio se incorporaron algunos otros compañeros que habían iniciado sus estudios en la Universidad de San Carlos, y por ello en el primer acto de graduación total de las tres facultades sumamos un mayor número de los que éramos originalmente estudiantes desde el primer año en la Landívar.
El acto de graduación tuve el honor de hacerlo portando el uniforme militar del Ejército de Guatemala, por cuanto al inscribirme originalmente en la carrera lo hice como oficial del Ejército y no con otro título. También, por un azar del destino me correspondió ser quien emitiera el discurso en nombre de todos los graduandos portando el uniforme de oficial del Ejército y la toga de profesional adquirida.
Este azar se debió a que el mejor alumno de universidad, Luis Enrique Secaira Magaña tuvo obligatoriamente que estar ausente del país y así por compadrazgo me cedió este gran honor.
¡Guatemala es primero!
Continuará.