Arlena Cifuentes
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La semana pasada escribí sobre las implicaciones de la ideología de género. Es frecuente confundir este tema con el de la igualdad de género, el cual ha ido variando a través del tiempo. En un inicio las mujeres demandaban igualdad ante la ley, principalmente sus derechos políticos y cívicos, una vez alcanzados estos –tómese en cuanta el paso desigual que se ha seguido de continente a continente y de país a país– tendrían que llevar paulatinamente a generar una mayor posibilidad de oportunidades.
Personalmente creo en la igualdad de género en el plano intelectual, tanto hombres como mujeres tenemos las mismas capacidades. El ser humano es digno independientemente del género. Sin embargo, en países como el nuestro debe reconocerse que la mujer ladina pobre y la gran mayoría indígena tienen aún menores oportunidades en el logro de su desarrollo personal y social, debido a los niveles de pobreza y al machismo existente. Aunque a la fecha se hayan promulgado leyes a favor de las mujeres y la existencia de numerosas organizaciones que trabajan a favor de estas, hay que reconocer la constante del machismo e incapacidad de nuestros gobiernos de llevar a la práctica las políticas públicas que se han aprobado y otras que se hacen necesarias para superar las grandes desigualdades.
Hoy por hoy la mujer goza de un buen número de derechos a su favor. El feminismo parte de la base de la opresión del hombre sobre la mujer, pero en la búsqueda de la igualdad las mujeres han equivocado el camino generándose una gran contradicción: la desigualdad de lo masculino. Se buscan beneficios solo para la mujer. El maltrato hacia el hombre por ejemplo, hoy en día existe, pero no se visibiliza porque no hay quien lo haga. Se sostiene así, una lucha por la igualdad de donde deviene una gran desigualdad. No hay ONG que contabilicen la muerte de hombres en manos de mujeres. La violencia es en doble vía.
Argumentos como el de que los salarios más bajos los recibe la mujer tiene que ver con los niveles de escolaridad alcanzados, las especialidades escogidas y las posiciones que se ocupan –como jefe o subalterno– en el trabajo sea en lo público o en lo privado. Podrá observarse que en los dos primeros el machismo tiene preponderancia, sin embargo en el último uno de los factores a considerar es el gran nivel de competitividad existente producto de la globalización. Entonces la exigencia de mejores salarios en esos niveles tiene que ver con esa competencia, mientras la contratación se realice de acuerdo con los protocolos que se utilicen.
De esa cuenta como mujer me siento totalmente indignada cuando en Guatemala las organizaciones de mujeres exigen que se establezca por decreto una cuota obligatoria de participación para optar a un escaño en el Congreso; dejando por un lado, las capacidades y calidades que se tengan. Que mayor autodiscriminación que el de aceptar que somos incapaces de lograrlo por nosotras mismas.
Tampoco comparto el que si el hombre es el autor de un crimen esta se tome como violencia de género, sin que las causas sean analizadas. Lo que debiera interesar son los aspectos jurídicos y penales, es decir, si la perpetración se hizo con intención y alevosía machista, más que el interés de sumar esos casos a las estadísticas de femicidios; invisibilizando así, otros hechos criminales asociados al crimen organizado, narcotráfico u otras causas reales de la violencia en la que estamos inmersos como sociedad.