Juan José Narciso Chúa

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Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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Juan José Narciso Chúa

El Mundo de los Aventureros, es una película que pude ver siendo muy joven y me gustó, a pesar que en aquellos años, no podía creer que personas que habían luchado por cambiar la realidad de un país, para pasar a convertirse en sus propios verdugos y hasta dictadores. La verticalidad de aquellos años, me impedía creer que ello pudiera ser real, pero luego me pude dar cuenta que efectivamente, esto ha ocurrido en diversos países, en diferentes organizaciones y, lo peor, que todavía existen casos de los que resumo acá.

El Mundo de los Aventureros, en su trama central, presenta a tres revolucionarios que luchan en contra de una dictadura en algún país de Sudamérica, lucha que al final la terminan ganando; sin embargo, aún con todos los sueños de transformaciones y cambios imbuidos en su ideología, el que asume el poder termina convirtiéndose en otro dictadorzuelo y poniéndose en contra de sus propios compañeros de armas.

En esta condición, los compañeros revolucionarios se convierten en adversarios de su anterior “compa” y terminan haciendo nuevamente la lucha en contra de su propio régimen, caracterizado por la corrupción, el abuso y, ni hablar, de la represión en contra de cualquier atisbo de oposición y violando derechos fundamentales como la vida. Lo peor aún, es que Raza, el anterior jefe de seguridad del dictador al cual contribuyeron a derrocar, se convierte en su hombre de confianza y termina matando a uno de los tres amigos de armas. La película se llama así; El Mundo de los Aventureros, es del año 1970, es un largometraje y el director de la misma fue Louis Gilbert y entre algunos de los artistas se encuentra Charles Aznavour (el brillante cantante de Venecia Sin Ti y She, para citar sólo dos), también Alan Badel y Candice Bergen y la música es del excelso músico Antonio Carlos Jobin.

Hago este largo preámbulo para destacar la facilidad de la traición que algún revolucionario ha mostrado, en su vida, pero que viene al caso de Daniel Ortega, quien –cuando era revolucionario, fue el comandante del Frente Sandinista de Liberación Nacional–, luchó para botar del poder la dictadura de Anastasio Somoza, fue el presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, perdió las elecciones con Violeta Chamorro en 1990 y hoy traiciona todo ese ejemplo de lucha, para convertirse en un dictador, como el de la película, para entronizarse y eternizarse en el poder junto a su esposa Rosario Murillo –quien olvidó, para su bienestar, el suceso ominoso de Ortega con su hija–, para convertirse hoy en su Vicepresidenta.

Después de 12 años de un control absoluto de las instituciones del Estado, Daniel Ortega y su esposa se convierten en verdugos de su propio pueblo, creando cuerpos de seguridad clandestinos o escuadrones de la muerte (como Raza en la película), quienes atacan a mansalva y con la connivencia de Ortega y Murillo, a todo opositor de un régimen que se hunde cada día más, pero además de un gobierno que se convierte en el traidor más grande y le da la espalda a la victoria sandinista en 1979, así como trata de vilipendiar a sus antiguos compañeros como Sergio Ramírez y el poeta Cardenal, porque ellos ven cómo dolorosamente una lucha que botó la dictadura de los Somoza, hoy el actual régimen que encabeza Ortega, se convierte en verdugo de su propio pueblo que lo apoyó.

La historia de los dictadores es siempre la misma. Aherrojar a todas las instituciones, asegurarse en el poder por cualquier medio, violar por medio de acciones punitivas a los opositores y hasta masacrar a jóvenes que pretenden cambios. El final siempre es que cae derrocado o renuncia el dictador y la justicia debe cumplir con su deber.

Un pueblo como el de Nicaragua no merece tener un Gobierno como el de Ortega y Murillo. La historia se cumplirá inexorablemente y la libertad llegará más temprano que tarde.

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