Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Quizá solo la permanencia de un romanticismo cada vez más escaso en nuestros días, pueda explicar la seducción de algunos por el liderazgo tiránico y absolutista de Daniel Ortega en Nicaragua.  Me refiero a esos que respiran aún por las utopías setenteras y que no pueden dar marcha atrás por un idilio con el que abjurar negaría su propia existencia.

Los hay, particularmente anidados en la izquierda que sigue melancólica hablando de Cuba, Fidel y la época de los grandes ideales.  No los culpo, los entiendo, aunque cada vez me resulten más insoportables por esa esclerosis que los incapacita para adaptarse a los tiempos, anquilosados en un mundo que comprenden menos si no es desde las claves de un pensamiento cavernario y anacrónico.

Pero no vaya usted a creer que la mayoría de los epígonos del sandinismo son románticos empedernidos, esos cultivados en la lectura de Goethe o la música de Beethoven.  No, ni peregrinamente lo piense.  Estimo más bien que la mayor parte de filo Orteguistas defienden más burdamente sus propias posiciones.  Son tipos muy profanos, versados en el arte de la conveniencia y el sufrimiento de ver terminar su condición cómoda de pseudos revolucionarios.

Eso los estimula a ser violentos con el pueblo, sirviéndole al sistema corrupto de Ortega como francotiradores.  Apostados con lujo de fuerza para imponer, no su pensamiento o ideología, sino la continuidad de proyectos con los que han medrado y sueñan continuar medrando.  Y los que no, los más refinados, que son los menos, a imaginar conspiraciones, usando los medios que tienen a su alcance para demostrar lo indemostrable y mover una línea alterna de pensamiento que les ayude a sobrevivir.

Para esto, se apoyan en nuestras izquierdas poco ilustradas que ciegamente sirven de caja de resonancia para hacer una apología del crimen.  Así, siempre pletóricos de imaginación y con ese prurito asombroso conspiratorio, dan pábulo a esos conciliábulos de ficción en Washington de donde ha surgido, dicen, el derrocamiento malévolo del “gran estadista” nicaragüense.  Porque, para la izquierda a la que nos referimos, las protestas nicaragüenses son manipuladas y no corresponden a las conquistas del líder revolucionario que defienden.

O sea, en su defensa oficiosa, descalifican a esos “pobres jóvenes inmaduros y manipulados” que repudian en las calles al dictador.  Igual sucede, al referirse a los pobladores de Monimbó, Diriamba, Matagalpa, León y, por supuesto, las locatarias de los mercados en Managua.  Todos, en su percepción movida por conveniencia, ignorantes, manipulados, al servicio de “los enemigos de la humanidad” (los gringos, pues, según sus trilladas consignas).

Ojalá la izquierda fuera más consecuente y ajustara su visión política, siempre en defensa de los más desfavorecidos y vulnerables, por encima de ideologías.  Porque se puede abjurar de la derecha por la maldad del propio sistema, pero no por ello defender irracionalmente a un presidente que hace mucho tiempo renunció a los ideales de la Revolución, para convertirse en verdugo del pueblo. 

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