Juan Francisco Reyes

jfrlguate@yahoo.com

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Juan Francisco Reyes López
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No satisfechos con los miles de miles de kilómetros, los bellísimos museos, las catedrales y ciudades que habíamos visto, regresamos a Cataluña, España, donde disfrutamos de la Sagrada Familia, del puerto de donde embarcó Colón, de las Ramblas y de todos los jardines que rodean Barcelona. Ahí pasamos aproximadamente otras tres semanas, decidimos tomar toda la costa mediterránea hasta llegar a Lisboa, Portugal y fuimos al pueblo donde apareciera la Virgen de Fátima, sagrario que impresionó enormemente a mi madre, quien se hizo el propósito que cuando regresáramos a Guatemala se estableciera, con su apoyo, la iglesia de Fátima, como efectivamente se hizo en la zona 2, en Ciudad Nueva.

Fue también en Lisboa donde embarcamos los tres vehículos que volverían a América, el automóvil de mi padre, la camioneta de don Manolo Granda y la camioneta que me había dejado en custodia para traer don Higinio Joglar, con su mujer e hija.

El barco se llamaba Saturnia, era más viejo y menos cómodo que el Julio César, pero seguía siendo un barco de alta calidad italiana, que nos llevó de Lisboa a Halifax, Canadá y de ahí a Nueva York, donde cada quien cargó sus equipajes e inició el retorno por tierra hacia Guatemala.

El retorno era más o menos de Nueva York a Laredo, México, cinco días; de Laredo a Tonalá, cinco días, más un día de cruce entre Tapachula y El Carmen, Guatemala, por lo que a los doce días ya estábamos de vuelta en nuestra querida Guatemala.

Con este relato concluyo el cincuenta por ciento de mi vida, la tercera etapa inició con mi decisión de optar por partir, por mi cuenta y riesgo, aunque con el apoyo de mi familia, a Chile a la Escuela Militar del General Bernardo O’Higgins.

Chile no solo es el último país del continente americano, sino es también lo más aislado, de un lado su frontera es la majestuosa y blanca montaña de la cordillera de Los Andes, que se inicia en donde termina Bolivia y Perú respectivamente, y termina en Puntarenas en el estrecho de Magallanes, perdiéndose en el mar.

Del lado derecho, Chile limita con el Océano Pacífico, cuyas temperaturas varían según la latitud, cuando más se acercan  a la Antártida no solo son más frías sino que son muy ricas en la corriente de Humboldt, el cual hace que ese país tenga una enorme variedad de mariscos y pescados.

Santiago de Chile, su capital, está geográficamente emplazada en el medio de su territorio y su población distribuida de norte a sur; no es una población homogénea, aunque la base es de descendiente de españoles. También hay fuertes inmigraciones de alemanes, ingleses, italianos, yugoslavos y otras etnias; por lo que, Chile es realmente un crisol de etnias, lo que ha influido en el temperamento de sus hombres y en la belleza de sus mujeres.

Como cadete recluta me presenté a las 24 horas de haber arribado a Santiago de Chile, a la Escuela Militar. El oficial de guardia “teniente Pedro Infante, del arma de artillería,” llamó al brigadier Nelson Patricio Verdugo para que se hiciera cargo de indicarme y localizar dónde me correspondía dormir, tomar alimentos y efectuar el recibimiento de mis clases como recluta.

¡Guatemala es primero!
Continuará.

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