Raúl Molina
Grandes ricos, militares y políticos que se oponen a la lucha contra la corrupción y la impunidad critican, con frecuencia la “injerencia extranjera”. Han aplicado este término a las entidades que, no siendo nacionales, han contribuido a fortalecer los derechos humanos, el Estado de derecho y las instituciones democráticas. Hace tres decenios se criticaba a la ONU y a la OEA por sus condenas y señalamientos ante las violaciones de derechos humanos; después se resintió la presencia de los Relatores Especiales de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU; las descalificaciones y ataques se dieron después contra MINUGUA y la implementación de los Acuerdos de Paz; más recientemente, la agresividad se ha concentrado contra la CICIG y algunas embajadas que la han apoyado. Nada de eso ha sido injerencia extranjera, más bien, han sido actos de solidaridad que el pueblo ha solicitado y ha recibido. Ha sido igual con la respuesta de países y pueblos ante las tragedias de nuestro país, con abundantes ayudas que muchas veces han sido robadas por funcionarios del Estado para usarlas en sus campañas electorales o simplemente han sido desperdiciadas, mientras que las víctimas han continuado en condiciones dramáticas.
Sí es constante y permanente la injerencia extranjera de Estados Unidos, acompañada más recientemente por actos intervencionistas y nocivos de Israel y, en Guatemala, del Nuncio Apostólico. Ante esta injerencia, cuyo capítulo más reciente fue la visita de la señora Kirstjen Nielsen, se guarda silencio. En el año y medio de la presidencia de Trump, han desfilado por Guatemala el vicepresidente Pence, Kelly, asesor de seguridad al más alto nivel; la señora Haley, representante en el Consejo de Seguridad de la ONU; y ahora la señora Nielsen, la encargada de aplicar la política de “tolerancia cero” con relación a las y los migrantes del Sur, incluida las de separar a las familias y poner en prisión a los menores de edad. Las visitas vienen a exigir que el Gobierno de Guatemala cumpla con sus exigencias. Para ello, viajan también con frecuencia a Washington el presidente Jimmy Morales, la señora Sandra Jovel y el ministro Degenhart, para recibir las órdenes de sus amos y pedir a cambio que se les sostenga en el gobierno y se les dé inmunidad. Tampoco la ciudadanía responde con la determinación necesaria ante esta violación de la soberanía nacional; nos estamos convirtiendo en una clase que en México se llamó por decenios “los agachados”, es decir, los que no osan levantar ni la voz ni la vista. Pero, por lo menos, los mexicanos han reaccionado en varios momentos, por ejemplo con el EZLN y ahora con el triunfo de Morena y su candidato presidencial López Obrador. La señora Nielsen merecía que se le avergonzara públicamente por el maltrato y abuso de miles de personas guatemaltecas, incluidos muchos niños y niñas. Al igual que a Nixon en su gira latinoamericana, se le debió haber recibido con lluvia de tomates. Pero no fue así, los agachados, desde Jimmy y Gabinete hasta el CACIF, pasando por el ilegítimo Congreso y otros grupúsculos “nacionalistas”, se quedaron en bochornoso silencio. No hay nacionalismo alguno; es tan solo maquiavelismo.