Francisco Cáceres Barrios
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El participar en la contienda futbolística que nos permita llegar a un Campeonato Mundial de Fútbol, el que cada cuatro años se lleva a cabo, se ha vuelto en Guatemala un tema de trascendencia nacional no solo circunscrita al ámbito deportivo. Esto se vino a agudizar cuando en mala hora salieron a luz las turbias maromas empleadas por los directivos de la federación deportiva que aglutina a esa disciplina, lo que terminó de evidenciarse cuando su presidente fue procesado judicialmente en los Estados Unidos de América. Han sido múltiples las opiniones vertidas al respecto, sin embargo, la gran mayoría de expertos en la materia coinciden en que mientras no exista un plan que fomente la participación de nuestra niñez y juventud en calidad de semilleros, jamás vamos a poder conjuntar una Selección que pueda disputar con suficiente solvencia su derecho a resultar clasificado en las eliminatorias.
Por elemental lógica comparto ese criterio, más todavía cuando comprobamos el arraigo popular que tiene esta disciplina, como la afición de que despierta el evento mundial que está por terminar en su edición del presente año. Pero tristemente todo parece indicar que los intereses mezquinos, las ambiciones personales, el apetito desmedido por hacer negocios aunque destilen corrupción, como la desfachatez imperante de todo orden y especie en nuestro país siguen empeñadas en deshacer la ilusión o esperanza porque el azul y blanco de nuestra hermosa bandera pudiera ondear en el concierto de las naciones.
Los registros que acaban de salir a luz de cómo estarán conformados los equipos que militarán en la Liga Nacional, demuestran con claridad que lo que menos desea la Federación de Fútbol guatemalteca es crear semilleros, mucho menos poderle dar la oportunidad a sinnúmero de aspirantes guatemaltecos de origen para que puedan vestir algún día la camiseta de seleccionados. Da tristeza comprobar que el reglamento hoy vigente permite a los equipos inscribir a cuatro extranjeros para que puedan participar simultáneamente y además de ello, no existe ninguna norma que impida que también puedan inscribirse adicionalmente cuanto extranjero “nacionalizado” lo quiera hacer. ¿No es esta una clara evidencia de querer quitarle al deportista nacional cualquier oportunidad de superación, no digamos para llegar a ser seleccionado nacional?
Muchos de nuestros lectores bien podrían opinar que hablar de fútbol resulta secundario cuando tenemos en el país problemas más grandes que deben resolverse, sin embargo, no debiera olvidarse que “no solo de pan vive el hombre” y por lo tanto el orgullo de ser chapín no solo se hace patente en el orden social, político o económico de un país sino conlleva todo un cúmulo de valores que de manera integral conforman la nacionalidad.