Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

La presencia de los religiosos italianos en Guatemala tiene un crecimiento particular a inicios del siglo pasado.  Si bien en el país, producto del proceso evangelizador originado en el siglo XVI, la presencia es ya atestiguada en distintos documentos (piénsese en el trabajo tesonero de las primeras órdenes religiosas en América Latina: Franciscanos, Dominicos, Mercedarios, Agustinos y Jesuitas), el siglo XX cobró relevancia por un proceso de conciencia evangelizadora “ad gentes” que logrará su mayor expresión en los textos del Concilio Vaticano II.

Ese renovado ímpetu cuya cimiente se gestó en las primeras décadas del siglo XX, quedó recogido en el numeral 5 del Decreto Ad gentes, Sobre la actividad misionera de la Iglesia:

“Por ello incumbe a la Iglesia el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo, tanto en virtud del mandato expreso, que de los Apóstoles heredó el orden de los Obispos con la cooperación de los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la Iglesia, como en virtud de la vida que Cristo infundió en sus miembros «de quien todo el cuerpo, coordinado y unido por los ligamentos en virtud del apoyo, según la actividad propia de cada miembro y obra el crecimiento del cuerpo en orden a su edificación en el amor» (Ef., 4,16).

Es confirmado, además, en un texto que recoge la historia de la presencia salesiana en Guatemala, escrito por el presbítero José Atilano Rivera:

“Las gestiones para la llegada de los Salesianos a la antigua metrópoli de Centro América, se remontan a los inicios del presente siglo”.

La presencia religiosa italiana en Guatemala debe verse también, en un contexto más amplio, esto es, la necesidad de la iglesia local de sacerdotes que apoyen la actividad misional a través de las parroquias y lugares de labor social y educativa.

Es sabido, por distintas fuentes, que el clero guatemalteco no se daba abasto para atender a una población en constante crecimiento. Ello a causa, en parte, de gobiernos liberales cuyas políticas no permitieron la expansión de la Iglesia por diversas desavenencias y conflictos de carácter ideológico.

Pero, además, las autoridades eclesiales facilitaron la inserción de religiosos extranjeros, para impedir la propagación del protestantismo que amenazaba en su momento, con conversiones crecientes, la fe y la unidad de la Iglesia.

El “boom” al que nos referimos queda establecido en el documento titulado “Presencia del Protestantismo en Guatemala: Los últimos 25 años”, escrito por Virgilio Zapata. El texto dice lo siguiente:

“Es interesante que, del año 1946 en adelante, se dio la explosión evangélica, desde un punto de vista político y sociológico, gracias al hecho de que el Gobierno del presidente Juan José Arévalo Bermejo concedió, entre muchas otras libertades, la de cultos”.

Ese ambiente intenso y lleno de temores por la acumulación de acontecimientos novedosos, condujo a la Conferencia Episcopal de Guatemala, dirigida por Monseñor Mariano Rossell Arellano en 1964, a orientar a la población a través de los religiosos que llegaban al país. El propósito consistía en mantener la unidad de la grey, temerosa no solo por el protestantismo, sino por el comunismo y las noticias que llegaban del Concilio Vaticano II.

Para el efecto, la Conferencia Episcopal en la carta firmada en julio de 1964 dice lo siguiente:

“Deseosos de proceder con mayor seguridad y sin peligro de errores y deficiencias hacemos un llamado a los sacerdotes, religiosos, laicos, de espera tranquila y de dejar ansias de innovacionismo tanto en materia de Liturgia como en las demás Constituciones y Decretos Conciliares”.

Continuará…

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