Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Una reflexión sobre el curso que lleva el país genera enorme preocupación porque nunca como ahora habíamos estado tan mal pero, lo peor, sin el menor asomo de comprensión de parte de las autoridades que son, por mucho, las más incompetentes que hemos tenido en la historia y eso sí que ya es mucho decir porque vaya si no hemos tenido mamarrachos de gobernantes. Y es que desafortunadamente los acontecimientos del año 2015 que desnudaron la crisis de un país podrido hasta los cimientos, lejos de provocar en la ciudadanía entendimiento de que el problema era el sistema, simplemente provocó una tan masiva como irreflexiva votación a favor del candidato que parecía ajeno al viciado modelo y el resultado, tristemente, fue de que el remedio resultó mucho peor que la enfermedad.
Hoy la única política pública existente es la de acabar con la lucha contra la corrupción y afianzar la dictadura que desde hace muchos años vienen ejerciendo los corruptos en perjuicio de la población guatemalteca. No existe nada más en la mente del gobernante y de quienes le apoyan, lo que explica por qué Guatemala está encaminada al despeñadero y, como decía el sábado Pedro Pablo, en ruta de convertirse en otra Nicaragua con la única diferencia de que allá el pueblo reaccionó y está luchando de manera decidida y valiente, mientras que aquí, aun viendo el rumbo que llevamos y sabiendo que todavía podemos estar a tiempo de cambiarlo, nos cruzamos de brazos con la ancestral sangre de horchata que nos sirve de refugio para desentendernos de los temas más agobiantes.
Cada día se observa más consistente el esfuerzo para preservar los privilegios que han ido acumulando los que lucran con la corrupción y se legisla para asegurar que con transfuguismo y todos los vicios habidos y por haber, la clase política pueda continuar haciendo de las suyas. Y aunque el esfuerzo realizado por la CICIG y el MP, en su mejor pero ya fenecido momento, desnudó la existencia de un severo problema de corrupción generalizado en el modelo de gestión pública, los ciudadanos que acudimos a la plaza en los primeros días, estupefactos ante la dimensión de la podredumbre que se nos estaba mostrando, poco a poco fuimos retrocediendo y tras repudiar en las urnas a la vieja política nos sentimos confiados y satisfechos con el logro sin reparar en que con el voto entregamos el poder a lo peor que pudo haber habido.
Confiar en que en este sistema intacto podremos cambiar al país en las urnas es una quimera porque estamos viendo la forma en que el Pacto de Corruptos opera para fortalecer sus posiciones y rescatar el poder que empezaron a perder en el 2015. Poco a poco se ha ido consolidando el viejo modelo y mientras los ciudadanos persistamos en la indiferencia, agachando la cabeza ante los descarados planes de la corrupción, la condena para el futuro de Guatemala es más que evidente y segura. Ellos están empeñados en llevar a Guatemala al fin de la lucha contra la podredumbre, mientras los ciudadanos parecemos empeñados en hacernos los babosos.