Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

            Son las ocho de la mañana, me desperezo y lo primero que hago es tomar mi celular para conectarme y ver cómo anda el mundo en mi ausencia.  Transito por Facebook y navego por Instagram, nada nuevo, fotos abundantes, memes, mucha publicidad.  Mis amigos, como siempre, con sus obsesiones, política, relatos familiares, cadenas religiosas.  Las redes sociales cada vez son un bostezo.
            
Cambio de canal para ver los “feeds” de Twitter.  Conectado a distintos accesos de noticia, me entero de lo que pasa por el mundo.  Noticias de más de dieciséis horas y si tengo paciencia, notas al instante: CBS, CNN, FOX… La mayor parte, notas manipuladas, gratuitas para el consumo generalizado de quienes evitamos pagar suscripciones.  De esa forma, creemos enterarnos objetivamente de lo que pasa por el mundo, sin darnos cuenta del ardid de las grandes empresas de comunicación.

            Manipulado desde el albor del día y sedado por las redes sociales, me entero de que he malgastado más de una hora de mi tiempo vital.  Me levanto y veo la televisión, una decisión más inteligente, según mi atolondrado espíritu mañanero. Finjo autodeterminación eligiendo lo que quiero ver vía Netflix.  Narcos, series españolas, empaquetados gringos… me engancho un rato hasta que decido hacer algo productivo: leer.

            Comienzo por los periódicos nacionales, uno lleno de anuncios que jura ser un medio independiente.  Noticias desabridas, faltas de diablo, casi redactadas por un “bots”.  Continúo, páginas pletóricas de notas rosa, alfombras rojas, chismes, todo aderezado para el disfrute del morbo.  Tomo café y terminado el diario decadente, me asomo al otro.  Más chismes, dos, tres páginas.  Carajo, al menos tiene notas de El País.

            Es domingo, quizá deba leer un poco.  Decido comprar un libro y nada mejor para ello, según yo, que explorar Amazon. Tengo varias recomendaciones, filosofía, literatura, internet, sexualidad (¿Cómo diablos se enteran de mis inclinaciones?).  Compro uno -más bien lo descargo “gratis”, por la suscripción que casi no aprovecho, y… zas otra vez, muchas ideas que conforman el pensamiento único.

            No hay escapatoria.  Cómo afirmar la individualidad y liberarse del colonialismo ideológico, la industria del cine, el arte, el mercado.  Estamos condenados a subirnos a la ola, engancharnos al relato y transitar por la vía de “la normalidad”.  Esto, o volvernos eremitas, cristianos de la vieja guardia para soportar en un formato de herejes profanos en un mundo que no nos comprende.  Ser raro y hablar un lenguaje críptico, con falta de “punch”, irrelevantes, marginales, insignificantes.

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