Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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En México desde los célebres días del Porfiriato se empezó a perfeccionar un sistema político que tejió intensas redes de aprovechamiento de posiciones de poder que iban desde los agentes de policía hasta las más altas autoridades que hicieron de la coima más que una arraigada costumbre y pervirtieron el ejercicio de la política. Durante más de setenta años el PRI supo mover todos los hilos y aprovechar los vericuetos de un sistema que funcionaba con la precisión de un reloj suizo en medio de toda una cultura popular que admitía que así son las cosas. La literatura mexicana y el cine ofrecen enorme cantidad de testimonios de cómo es que se llegó a tan graves niveles. Y cuando hubo una alternativa encarnada en el PAN que se presentó como opción para acabar con las viejas prácticas, resultó que los nuevos actores fueron iguales o peores que los anteriores y, como pasó en Guatemala, si acaso sofisticaron las formas de saqueo, pero no acabaron con los vicios.

La vuelta del PRI al poder fue consecuencia también del desencanto de la población con la fuerza política que se presentó como nueva opción y al nada más producirse la investidura de Peña Nieto resultó el escándalo de la vivienda que le habían regalado contratistas, lo que hizo que la llamada Casa Blanca se convirtiera en la blanca sepultura del viejo modelo de latrocinio.

Y estaba por allí, peleado ya con su antiguo partido político, el PRD, el veterano dirigente Manuel López Obrador, quien no se cansó de denunciar las lacras y vicios del sistema político mexicano en el que se abusó del clientelismo electoral en el que los políticos se beneficiaban del financiamiento que les llegaba a manos llenas para ser usado en la compra de votos de un electorado que también se había adaptado al modelo y que, entendiendo que su voto inteligente no cambiaría nada, se prestaba al juego sacando raja de los políticos al menos en tiempos de campaña porque sabían que después, una vez instalados en Los Pinos, el pueblo les valía madre.

Pero llegó a ser tanta la podredumbre y tan obvia como asquerosa la actitud de los políticos, que el pueblo volvió la vista hacia esa figura que era un referente histórico de la denuncia de un sistema podrido que le había marginado precisamente porque no entraba en el juego que todos jugaban.

La lección que dan los mexicanos con esa abrumadora victoria que le otorgó el electorado a López Obrador, carente de las impresionantes maquinarias electorales que sirvieron tanto al PAN y, de manera espectacular al PRI, es impresionante y sin duda que tendrá repercusiones en un continente que en el siglo pasado fue víctima de infinidad de dictaduras y tiranías, pero que en estos primeros lustros del nuevo siglo está agobiado por el creciente poder de la dictadura de la corrupción en la que florece la impunidad mientras los pueblos languidecen en la miseria que acrecienta el saqueo que los pícaros de izquierda o de derecha realizan sin obstáculos ni rubor.

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