Luego de varios años de dictadura del PRI y del experimento de alternancia con el PAN, los mexicanos hartos de la corrupción que los primeros institucionalizaron y los segundos sofisticaron, fueron a las urnas y finalmente decidieron elegir a un dirigente histórico que durante muchos años denunció los vicios del sistema y Andrés Manuel López Obrador fue el candidato más votado. Por supuesto que también cuenta la importante manita que le dio el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien a punta de desprecios e insultos no sólo a Peña Nieto sino a los mexicanos en general, puso en aprietos al sistema político mexicano.
Y es que si López Obrador es el gran ganador de la elección, la política tradicional (la vieja política) encarnada en el PRI y el PAN, es la gran perdedora porque la corrupción hizo ver que no había realmente gran diferencia entre si robaban los viejos priistas o lo hacían los nuevos panistas que irrumpieron a fuerza de denunciar el comportamiento de la dictadura del Partido llamado de la Revolución.
En realidad la elección de ayer en México no puede entenderse sin comprender el impacto que la corrupción ha tenido históricamente en ese país y cómo es que los pueblos se terminan hartando de los políticos que no piensan más que en armarse porque no tienen visión ni sentido del servicio público y creen que una elección es el cheque en blanco para que amasen fortunas sin límite mediante contubernios con distintos poderes fácticos mientras los pueblos languidecen en medio de terribles condiciones de pobreza.
López Obrador fue caracterizado por los políticos tradicionales como un riesgo para la institucionalidad, pero el pueblo entendió que la cacareada institucionalidad no era más que la garantía de que el sistema sirva eficientemente a los corruptos que se enquistan en todas las esferas del poder. Y de eso sabemos mucho los guatemaltecos porque acá nos ha venido ocurriendo exactamente lo mismo, con políticos ambiciosos y voraces que nos dicen que hay que preservar una institucionalidad que es la garantía del sistema corrupto y perverso que afectó por completo el cumplimiento de los fines esenciales de un Estado llamado a promover el bien común.
Es tiempo que los pueblos vayan despertando para entender que la prioridad es emprender el camino de la transparencia para derrotar a los corruptos históricamente enquistados en el poder y que se pasan la estafeta que es propiedad de esos poderes fácticos que los usan para asegurarse privilegios y beneficios obtenidos a costa de la pobreza generalizada.