La próxima visita del Vicepresidente de Estados Unidos a Guatemala obliga a reflexionar sobre nuestra relación con ese país y la influencia que ejerce en el nuestro, lo que hace pensar en aquellos tiempos en los que desde Washington se promovían políticas de respeto a los derechos humanos que, unidas a los principios democráticos, hacían de ellos un referente en el mundo. Y debemos entender que aún con ese ejemplo que se vigorizó tanto a partir de las leyes que afianzaron los derechos civiles de todos los norteamericanos, en algunos países del área de influencia persistieron tratos inhumanos para muchos en abierta violación de los más elementales derechos de la persona.
Ahora, sin embargo, vemos que desde Washington el mensaje que llega es totalmente distinto porque desde la Casa Blanca se han impulsado políticas de abierta y brutal violación de derechos humanos que hacen retroceder a ese país a condiciones que imperaron hasta la primera mitad del siglo pasado, cuando se trataba con menosprecio a los habitantes que no eran WASP, es decir, blancos, anglosajones y protestantes, condenando a la gente con la piel pigmentada a sufrir segregación y castigo.
Pues lo mismo ocurre ahora cuando el mensaje que envía la Casa Blanca es que para lograr la protección de sus fronteras tuvieron que recluir a niños en jaulas que nuestra oronda Canciller consideró apropiadas o, como hubiera dicho la Baldetti, rebonitas. El caso es que la forma denigrante en que se habla de los migrantes y se actúa contra ellos es un mal ejemplo para aquellos países que siguen batallando para promover políticas de respeto elemental a los derechos fundamentales del ser humano porque resulta que el principal referente mundial en la materia se pasó al otro bando, convirtiéndose en ejemplo de autoritaria represión.
Ya sabemos que Pence no viene a escuchar sino a hablar y dar instrucciones, pero aun entendiendo el sentido de su visita es necesario señalar que habla en nombre de un gobierno que con nuestra gente se muestra despectivo y despótico al punto de separar a los niños de sus padres como arranque para mostrar la capacidad de castigo que tienen aquellos que aprovechan la mano de obra barata de los migrantes ilegales pero los desprecian en forma abierta y contundente llamándolos criminales, violadores, asesinos y cuanta patraña pueda salir de la peinada cabeza del gobernante histriónico que evidencia un gozo especial cada vez que puede referirse de manera despectiva hacia los latinoamericanos que, por necesidad y no por placer, tienen que viajar a Estados Unidos.