Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

post author

Adrián Zapata

Mañana nos visitará el vicepresidente Pence. Seguramente Jimmy Morales estará entusiasmado porque tendrá una nueva oportunidad de expresar su servilismo hacia el gobierno norteamericano. Así le podrá dar continuidad a la sumisión que mostró con el traslado de nuestra embajada a Jerusalén y a su vergonzosa inicial inhibición ante la barbarie cometida por la administración estadounidense contra nuestros niños, separados de sus familias y enjaulados como animales.

Pero dejemos esas vergüenzas nacionales por las conductas del presidente Morales y centrémonos en la razón que motiva la visita de Pence, el fenómeno de la migración “irregular” de centroamericanos a ese país. “Construyan sus vidas en sus patrias”, declaró amenazante dicho funcionario a principios de esta semana en Brasil, en correspondencia con la perversa política “tolerancia cero” que EE. UU. ha aplicado en su frontera sur, la cual concreta su tradicional obsesión imperial por su seguridad nacional, que ven amenazada por la migración fuera de su control.

Sin embargo, seamos positivos; me parece que puede haber una coincidencia muy concreta entre el interés de esa administración por detener la migración masiva de nuestros connacionales hacia el norte y el nuestro de lograr que la gente no tenga que migrar por falta de oportunidades en Guatemala. En este sentido, compartimos lo que el mismo Pence también dijo en Brasil: «Tenemos que garantizar que todos los países de la región puedan prosperar en su propia casa». Y efectivamente de eso se trata, razón por la cual debemos plantearle a la potencia del norte que debe modificar, o por lo menos relativizar, su visión represiva y de seguridad nacional respecto de los migrantes. Tenemos, por lo tanto, un espacio de significativa coincidencia. Los gringos quieren asegurar su frontera y nosotros tenemos la responsabilidad de que los guatemaltecos y guatemaltecas no sean expulsados de su país porque no les queda otra opción.

Los Estados Unidos deben asumir su responsabilidad histórica con Guatemala. Muchas de las raíces de la dramática situación que vivimos y que se expresa en la pobreza generalizada y la profunda desigualdad tienen su explicación en la política de ese país hacia nosotros. Recordamos muy bien que la posibilidad de modernizar el capitalismo y lograr una mejor vida para los pobres se vio truncada con la intervención de la CIA en 1954 que derrocó al presidente Árbenz y dio marcha atrás a las reformas que se impulsaban, especialmente relacionadas con el área rural. Tampoco se nos olvida a varios que fue ese gobierno el que formó y capacitó a los militares guatemaltecos, en el marco ideológico de la Guerra Fría, para que aniquilaran la “amenaza comunista” en Guatemala, provocando los delitos de lesa humanidad que entonces se cometieron y que ahora quieren hacer aparecer como un genocidio étnico cuando realmente el odio que motivó esa tragedia fue el anticomunismo sembrado por los Estados Unidos y alimentado por la oligarquía criolla. Nuestras desgracias no se pueden entender sin ese contexto de dominación imperialista.

Pero pese a lo anterior, insistimos en que hay una valiosa coincidencia que debemos aprovechar.

“Prosperidad” es la palabra clave que nos puede tal vez no unir, pero al menos juntar coyunturalmente con esa potencia mundial. Recibamos a Pence no con la efusiva bienvenida que seguramente le dará el servilismo gubernamental, pero si con el reconocimiento que vivimos una coyuntura de afortunada coincidencia. Debemos enfrentar juntos las causas estructurales de la migración, promoviendo el desarrollo del país, especialmente de los territorios rurales de donde provienen la mayoría de quienes migran hacia el norte.

Artículo anteriorLa otra cara de la moneda de EE. UU.
Artículo siguienteLa necesidad tiene cara de chucho