Adolfo Mazariegos

Escribo este breve texto (sin mayores pretensiones y con un profundo respeto) como una suerte de homenaje solidario a un pueblo centroamericano que merece toda mi admiración. Un país cuya gente, a través de su historia, ha dado grandes muestras de fortaleza y que ha sido, además, cuna de grandes personajes del arte y la cultura contemporánea hispanoamericana. Desde el poeta Rubén Darío, uno de los máximos exponentes del modernismo literario en lengua española, hasta el reconocido novelista Sergio Ramírez, quien recientemente obtuvo el Premio Cervantes de las letras (2017) por su contribución al enriquecimiento del patrimonio literario en lengua española; uno de los máximos galardones que se conceden hoy día a las letras en idioma español. Ramírez, dicho sea de paso, además de estar viviendo de forma cercana la actual crisis político-social de Nicaragua (por razones obvias), la conoce muy bien, no sólo porque ha visto de cerca desde hace mucho esos fenómenos político-sociales e históricos del país que le vio nacer, sino porque ha estado (como producto de su participación, en una etapa de transformación tan importante y trascendental históricamente para su país) al frente de lo que suele llamarse una de las más altas magistraturas del Estado. En el contexto internacional y visto desde afuera, es imposible no experimentar ese desasosiego y consternación inevitables que surgen en medio del aumento de la violencia y muertes prematuras de manifestantes que piden un cambio para su país, especialmente cuando se está tan cerca y se comparten raíces históricas con quienes, como en este caso, padecen las consecuencias de la pérdida de la dimensión real en el ejercicio del poder por parte de quienes en su momento reivindicaron causas sociales que aparentemente ya les son ajenas. En el marco de la democracia, por su parte, en tanto forma de organización social y como mecanismo científico-social para organizar el Estado, es evidente que algo no está caminando bien, ello se pone de manifiesto en los reclamos de un pueblo que -de acuerdo a la teoría- se supone titular de la soberanía del Estado y que cuestiona la legitimidad de sus autoridades. Esto sugiere, al mismo tiempo, que ningún Estado cuya democracia se encuentre en eso que bien podría denominarse ‘eternos procesos de consolidación’ se halla libre de padecimientos similares en un momento dado en virtud de la fragilidad que ello supone. Lo cual es motivo más que suficiente para una necesaria y seria reflexión al respecto ideologías aparte. Vayan, pues, por tanto, mis mejores deseos por un pronto restablecimiento del orden y la paz duradera en ese hermano país que, a decir del maestro Sergio Ramírez, “erige su cordillera de volcanes a mitad del ardiente paisaje centroamericano, al que Neruda llamó en una de las estancias del Canto General ‘la dulce cintura de América’”.

Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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