A tragos y rempujones, luego de una fuerte crítica por la indolencia mostrada, el gobierno de Jimmy Morales terminó por repudiar la política migratoria de Trump que llegó a ser, de alguna manera, hasta justificada por la misma Canciller, quien habló de niños bien tratados en albergues, en vez de las jaulas en donde se encuentran, luego de haber sido separados de sus padres. La realidad es tan dramática que, repetimos, el mundo entero se había volcado a condenar la violación de derechos humanos, mientras nuestro gobierno pretendía mantener sus buenas relaciones con Trump, porque las consideran vitales para escabecharse a la CICIG y eso es más importante en la agenda gubernamental que el tema de los niños.
Fue tanta la presión que hasta el vocero presidencial salió disparado en medio de la crisis por haber dicho que Morales respeta la política migratoria que Estados Unidos implementa en ejercicio de su soberanía. La misma suerte debió correr la canciller Jovel porque fue ella la que más trató de minimizar el caso de los niños separados de sus padres y con evidente falta de capacidad y entendimiento dispuso privilegiar los intereses del Pacto de Corruptos a los intereses del país. Y es que Jimmy Morales acumuló cierto capital político al quedar bien con Trump con el traslado de la Embajada en Israel, pero ese capital lo quieren utilizar únicamente para asegurar el fin de la CICIG y no para que Guatemala pudiera obtener ningún tipo de ventaja en casos tan puntuales como el que ahora nos ocupa.
Si el vocero presidencial terminó siendo sacrificado, lo mismo debería ocurrir con todos los que tuvieron palabras indignas para calificar la crisis humanitaria como un asunto de poca relevancia. Porque lo que está en juego es mucho más importante que los desvelos del gobierno para acabar con la lucha contra la corrupción, toda vez que se trata de la trágica actitud ante los niños migrantes que son producto de un sistema en el que no ponemos atención a las necesidades de la gente, y por ello son tantos los que terminan tomando la difícil decisión de ir a buscar su futuro en Estados Unidos.
Nada fue tan ofensivo en toda esta crisis como la forma en que la Ministra de Relaciones Exteriores se refirió a las condiciones en que, según ella, estaban los niños guatemaltecos que fueron separados de sus padres. Ofensiva y cínica actitud para justificar un silencio que no tenía más razón que la de mantener la chaquetería que montaron para quedar bien con Trump.