Claudia Escobar
Cuando en el año 1948 la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas propuso la Declaración de los Derechos Humanos, los sufrimientos de la II guerra mundial, estaban a flor de piel. Por eso los líderes de las naciones victoriosas propusieron un acuerdo para que en todas partes se reconociera el valor de la dignidad humana, sin discriminación de ninguna clase.
La Declaración reconoce principios fundamentales; como el que la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección del Estado. También establece que en caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él en cualquier país. Guatemala está considerada como uno de los países más violentos del mundo; quienes emigran deben ser considerados refugiados.
El trato que en la frontera de los Estados Unidos están dando a las familias centroamericanas, quienes huyen diariamente de nuestra región, no tiene justificación ninguna en un país que se ha destacado por el respeto de las libertades individuales. Separar a los niños menores de edad de sus padres es un trato cruel, inhumano, que no puede tolerarse.
Ya en el año 2014 el presidente Barack Obama había reconocido el problema de migración de niños y jóvenes de los países del Triángulo Norte (El Salvador, Honduras y Guatemala), como una verdadera crisis humanitaria, cuando en el transcurso del año más de cien mil niños y adolescentes menores de edad llegaron –sin compañía de sus padres– a la frontera de los Estados Unidos.
Cuando veo a un connacional viviendo en Estados Unidos me pregunto: ¿Qué lo habrá motivado a dejar su tierra? ¿Por qué estuvo dispuesto a separarse de su familia? Algunas veces ante situaciones en que fuimos víctimas de violencia, mi familia analizó esa posibilidad; pero nos resistíamos. Pasaron 25 años para vernos obligados a abandonar nuestra tierra.
Se calcula que son casi 3 millones de guatemaltecos los que viven en los Estados Unidos, de estos un 30% son indocumentados. Los migrantes de nuestro país realizan un sinfín de tareas de labor física intensiva: desde labores domésticas, hasta trabajos de construcción. Son la fuerza que sostiene la industria de los restaurantes y de otros servicios. También hay algunos emprendedores, que se han aventurado a abrir un negocio propio.
Pero poco se habla de una élite intelectual que también está buscando escapar de un ambiente que no reconoce su potencial y le impide desarrollar sus capacidades. Cuando los jóvenes de clase media, o clase alta, que han tendido acceso a mejores oportunidades, buscan salir del país, es un síntoma de que algo muy grave está sucediendo.
A pesar de eso es esperanzador que aun estando lejos de Guatemala, su gente se siente motivada para hacer algo por nuestro país. La semana pasada en Washington D. C. un grupo de jóvenes guatemaltecos organizó un evento Solidarity with Guatemala para recaudar fondos a favor de las víctimas del siniestro que ocasionó el volcán y lograron que el Banco Interamericano de Desarrollo duplicara el monto de lo recaudado en el evento. En estos días, otros chapines se reúnen en la “Convención Nacional de Migrantes Guatemaltecos en el Extranjero” para exigir que las autoridades gubernamentales atiendan sus necesidades.
La crisis de la migración de Centroamérica no pasa desapercibida, según el ACNUR el éxodo de los centroamericanos hacia el norte se asemeja a la época de las guerras civiles de los años 80. Mientras los países de la región no sean capaces de garantizar la seguridad, la justicia, la libertad y el desarrollo a sus ciudadanos, seguirán perdiendo su recurso más valioso, su capital humano.