Grecia Aguilera
En el Sermón de la Montaña Jesús de Nazaret nos enseña a implorarle a Dios con la sagrada oración del Padre Nuestro como está escrito en el Evangelio de San Mateo capítulo 6, versículos del 9 al 13 y también de una forma diferente en el Evangelio de San Lucas capítulo 11, versículos del 1 al 4. Para el Papa Francisco “el Padre Nuestro no es una oración más, es la oración del Hijo de Dios, de hecho, entregado a nosotros en el día de nuestro Bautismo. El Padre Nuestro hace resonar en nosotros los mismos sentimientos que pertenecieron a Jesucristo.” Cuenta una de las hagiografías más famosas de San Francisco de Asís (1182-1228) que desde la total renuncia sobre sus riquezas y también desistir a la flamante posición de su familia, especialmente renunciar a las riquezas de su padre Bernardone, sintió en su corazón una gran liberación espiritual para dirigirse a Dios expresando: “Desde ahora diré con libertad Padre Nuestro que estás en el Cielo/ santificado sea tu Nombre;/ venga a nosotros tu Reino;/ hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo./ El pan nuestro de cada día dánoslo hoy;/ y perdona nuestras ofensas/ así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden./ No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.” Luego de orar con todas sus fuerzas el Padre Nuestro, San Francisco de Asís decidió reflexionar en cada uno de los versos de esta magnífica plegaria, agregando sus propias meditaciones para rogar a Dios, entonces dijo: “Oh Santísimo Padre Nuestro: creador, redentor, consolador y salvador nuestro. Que estás en el cielo: en los ángeles y en los santos; iluminándolos para el conocimiento, porque tú Señor eres luz; inflamándolos para el amor, porque tú Señor eres amor; habitando en ellos y colmándolos para la bienaventuranza, porque tú Señor eres sumo bien, eterno bien, del cual viene todo bien, sin el cual no hay ningún bien. Santificado sea tu nombre: clarificada sea en nosotros tu anuncio, para que conozcamos cuál es la amplitud de tus beneficios, la largura de tus promesas, la sublimidad de la majestad y la profundidad de los juicios. Venga a nosotros tu reino: para que Tú reines en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu Reino, donde la visión de ti es manifiesta, la dilección de ti perfecta, la compañía de ti bienaventurada, la fruición de ti sempiterna. Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo: para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, dando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo. Danos hoy nuestro pan de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, para memoria e inteligencia y reverencia del amor que tuvo por nosotros, y de lo que por nosotros dijo, hizo y padeció. Perdona nuestras ofensas: por tu misericordia inefable, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos. Así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú Señor, que lo perdonemos absolutamente, para que por ti, amemos verdaderamente a los enemigos, y ante ti por ellos devotamente intercedamos, no devolviendo a nadie mal por mal, y nos apliquemos a ser provechosos para todos en ti. No nos dejes caer en la tentación: oculta o manifiesta, súbita o importuna, y líbranos del mal: pasado, presente y futuro.”