Jorge Santos

Muchos años, décadas, siglos de opresión, exclusión, explotación, inequidad, pobreza y violencia han sufrido los diversos pueblos de esta República llamada Guatemala. Los males se describen hasta el cansancio, y ya no sabemos como sociedad por qué indignarnos más. Sin embargo, estos males históricos y estructurales se evidencian en toda su magnitud frente a los fenómenos naturales y una vez más quedó demostrado que estos fenómenos afectan con mucha más crudeza a los más vulnerabilizados, a quienes mayor nivel de pobreza tiene, a quien vive en más exclusión y en más inequidad.

La fuerza del Volcán de Fuego no fue suficiente para impedir a quienes disfrutaban de un exclusivo hotel y campo de golf, ubicado a tan sólo 6 kilómetros de su cráter, fueran evacuados o bien decidieran retirarse por cuenta propia en sus vehículos. En el otro extremo de las clases sociales, los históricamente empobrecidos en al menos cuatro comunidades fueron duramente golpeados por la erupción. Al momento en el que lea esta opinión aún no tendremos claro la cantidad de muertos, de desaparecidos, la dimensión de la reconstrucción o los efectos que sobre la vida cotidiana de las familias afectadas tendrá este fenómeno natural.

Esta situación profundamente inequitativa no es casual, ni mucho menos se debe a los designios sobrenaturales de algún dios o fuerza sobrenatural. Son el resultado obvio de una estructura social, económica y política diseñada para convertir un fenómeno natural en un verdadero desastre. Varios ejemplos nos subsisten sin que a la fecha se haya realizado una sola acción para transformar esta dura realidad. Terremoto de 1976, tormentas tropicales como Mitch o Stan dan cuenta de lo que acá comento. Cuántas personas heridas o muertas de la clase alta ha visto usted en estos diversos hechos, pero sí ha visto plagadas las páginas de los medios de comunicación de personas y comunidades enteras afectadas en San Martín Jilotepeque en 1976 o Panabaj, Santiago Atitlán o Cantón Cua en Tacaná, San Marcos en 2005.

Cada uno de estos fenómenos ha contado con exactamente las mismas respuestas estatales y con el desborde de la solidaridad temporal de la ciudadanía que se vuelca a atender a las y los afectados, frente a la ineptitud, incapacidad, despropósito y desinterés de las instituciones públicas; sin que identifiquemos que más tarde que temprano otro fenómeno natural, ya sea tormentas tropicales, lluvias copiosas, nevadas, olas de calor extremo, terremoto o bien la erupción de un volcán nos volverá a golpear y lo hará con saña contra aquellas personas que sobreviven en la marginalidad.

Es por ello, que debemos rebelarnos y transformar por completo, no una pequeña fracción de este Estado, sino su totalidad. Debemos destruir por completo las bases que le dan vida a las actuales condiciones económicas, sociales, culturales y políticas en el país. No podemos esperar al próximo fenómeno natural que traerá más muerte y más destrucción, debemos actuar hoy para que en un futuro próximo no debamos de recurrir a la filantropía temporal y desbordada, sino a evitar o prevenir que estos fenómenos no dañen en la dimensión que hoy lo están haciendo.

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