Luis Enrique Pérez
Todavía no puede predecirse una erupción volcánica, porque las causas que la provocan yacen en regiones profundas del planeta, a las cuales actualmente la tecnología no puede acceder. Empero, es posible una observación metódica del volcán, que revele indicios de probable erupción. Tales son las principales conclusiones que se obtienen de una entrevista que Simón Carn, vulcanólogo de la Universidad Tecnológica de Michigan, le concedió a la revista “Popular Science”, en noviembre del año 2017.
Afirma Carn: «Es difícil predecir una erupción volcánica. También es difícil predecir cómo evolucionará una erupción después de que comienza… Los vulcanólogos observan la actividad de un volcán y frecuentemente el mejor recurso al que pueden acudir para prognosticar una erupción es su actividad anterior… Predecir exactamente cuándo erupcionará un volcán en particular, y cuán grande será la erupción, es imposible. Pero los residuos de erupciones pasadas, y los datos de los volcanes de todo el mundo, podrían contribuir a mejorar el prognóstico de los vulcanólogos.”
Antiguos depósitos de ceniza y barro generalmente pueden indicar cómo han ocurrido erupciones anteriores. Las piedras próximas al volcán, que conservan capas de lava o de ceniza acumulada en capas en torno al volcán, pueden fecharse para saber cuándo ese volcán pudo haber erupcionado. El temblor, o la actividad sísmica, es un indicio de probabilidad de erupción volcánica. Esta actividad ocurre porque el magma que yace debajo de la superficie de la Tierra, hasta una profundidad de varios kilómetros, asciende en el interior del volcán. Un efecto de este ascenso consiste en que las rocas superpuestas se mueven; y sometidas a una creciente presión, pueden quebrarse.
Agrega Carn: “En la superficie, ese temblor puede ser una de las primeras indicaciones de que no todo es estático debajo de ella. Por lo tanto, los investigadores han aprendido a conceder atención a los sismos que ocurren cerca de los volcanes. Pero no hay dos volcanes exactamente iguales, y su comportamiento también es diferente.” En algunos casos el temblor puede ser indicio de que una erupción está próxima a suceder; pero en otros casos, puede no serlo.
Actualmente, la vulcanología emplea tecnología satelital. Mediante el Sistema de Posicionamiento Global, un satélite puede medir cuánto se hincha la superficie de un volcán cuando el magma, o masa ígnea, que está en el interior de la Tierra, ejerce presión para escapar. El satélite también puede emplearse para medir el volumen de gases que emanan del volcán. Esta medición “puede ser potencialmente advertencia de una erupción si se puede observar el dióxido de carbono que emana del magma antes de que llegue a la superficie.»
La tecnología satelital todavía no posibilita una advertencia muy próxima al tiempo en que la erupción puede ocurrir. Efectivamente, transcurren días o semanas entre mediciones satelitales. Sin embargo, afirma Carn, “vigilar la sismicidad, las emisiones de gases y el cambio de forma y el movimiento de la superficie volcánica, ha posibilitado predicciones acertadas y evacuaciones exitosas.”
Carn cita un ejemplo de predicción acertada y evacuación exitosa. En el año 1991, el volcán Monte Pinatubo, de Filipinas, que había estado inactivo durante casi 500 años, se reactivó. Temblaba, y de él emanaba vapor. Luego de un análisis minucioso del volcán fueron evacuadas más de 60,000 personas, antes de que erupcionara. Murieron 840 personas; pero pudieron haber muerto más. Carn también cita este ejemplo: en el año 2010, luego del monitoreo del volcán Monte Merapi, de Indonesia, fueron evacuadas 70,000 personas, antes de que el volcán erupcionara. Murieron 350 personas; pero también en este caso pudieron haber muerto más. Indonesia tiene 139 volcanes, de los cuales 120 aproximadamente están activos.
Carn cree que mayor monitoreo, y sensores y satélites adicionales, en todo el mundo, pueden aumentar la probabilidad de acierto de la predicción de erupción volcánica.
Post scriptum. En nuestro país, la obsolescencia tecnológica del Instituto de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (y quizá también de Astrofísica, Geología, Oceanografía y Ecología), y la negligencia de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres, pueden incrementar la magnitud de las catástrofes provocadas por fenómenos naturales, como las erupciones volcánicas.