Juan Jacobo Muñoz

Una historia como muchas, para ella una historia única. Claro, era la suya.

La naturaleza le había beneficiado con un temperamento dulce y afectuoso. Su sonrisa llegaba antes que ella a cualquier parte y era fácil que la gente además de atraída, se sintiera cómoda con ella. Pero no era solo eso, ella también sonreía en su interior. Lo hacía con gestos y buenos deseos, con una disposición incondicional con los demás, ya fueran cercanos o no.

El mundo le tomó la medida y empezó a pedirle. Como lo suyo no era dinero o cosas materiales, lo que le demandaban era presencia, solidaridad de veinticuatro horas, soluciones, consejos y que fuera infatigable. Nada parecía suficiente para ella, y nada parecía demasiado para los demás. Era la alianza perfecta, al menos en la superficie; porque en el fondo y en la oscuridad, era una colusión infame, no en perjuicio de otros sino de ella que, participaba sin darse cuenta.

Ser eficiente trajo beneficios para ella, y fue teniendo algún éxito profesional que le trazó nuevas fronteras y tuvo que empezar a viajar a otros países como ejecutiva en plan de negocios. Hasta ahí, el éxito parecía halagüeño, y de hecho lo era, pero surgió un inconveniente. De manera insidiosa se fue gestando en ella, una fobia a volar que cada vez fue más insoportable. El miedo a tal exposición era el corolario de intensos ataques de pánico que aparecían en las semanas previas a cualquier viaje inevitable.

Como pasa con cualquier fobia, la lógica no le servía para nada. Pero se había vuelto experta en turbulencias, horarios peores y mejores, tiempos estimados y esas cosas que no sirven de nada pero que se buscan como alivio para tener alguna sensación de control. Igual hacía los viajes y todo salía bien, pero venía otro y era lo mismo.

En el terreno de lo irracional todo se vuelve desesperado, y quien padece siente que no encuentra la puerta por más que lo intenta. Aun así, algo intuía; podía percibir que alguna peña se estaba sosteniendo y para alguna fachada servía sentirse así. A saber el desahogo de cuantas frustraciones es una persona y cuanto de uno se proyecta y con cuantas expectativas.

Pensando en sus síntomas desatendía el contexto. Buscaba pensamientos para su angustia y el miedo a los aviones. El pánico a estrellarse era el de morir y hacerle falta a todos los que no podrían sobrevivir sin ella. Todos sabemos que hay gente lo suficientemente dependiente que necesita que alguien cargue con ella, y si tomamos en cuenta que la gente no falla en fallar, no debe ser un buen pretexto para justificar las propias fallas.

No podía darse el lujo de estar mal porque todos declaraban estar peor y la culpaban si mostraba alguna fragilidad. Y así, ella seguía cumpliendo demandas de los que la rodeaban, y que para conseguirlo, socavaban su autoestima; al menos lo suficiente para que ella no se atreviera a ser libre y escapara. El miedo a volar más que literal, era una metáfora de su vida.

Todo es más complicado que decirlo, pero nadie da libertad porque nadie quiere ser libre. La libertad tiene el compromiso de la responsabilidad, que no es más que la habilidad de dar una respuesta. Por eso, cada caso es único, y los detalles particulares son los que van orientando el juicio para saber si lo que hay que decir es si, o es no.

Las cosas que lastiman el alma, aunque parezca que se está quedando bien hacia afuera, no deberían hacerse. Ella era como cualquiera, quería demostrar, probar y convencer de su valor; y a veces de manera oscura, restregarles a otros su sensación de ser indispensable. Rechazaba la felicidad por el miedo a soltar y prefería el alivio que la plenitud.

A veces nuestro mejor destino está justamente por el camino que desesperadamente tratamos de evitar; y si no se mejora ha de ser porque no se suelta lo que hace daño.

En un viaje de avión, confió su miedo y su vida a una señora sentada a su lado. La desconocida, bastante mayor que ella solo alcanzó a decirle: Se dulce contigo, nadie podría serlo más que tú. Solo tú conoces tu historia, contextos y circunstancias, incluso lo mucho que te ha costado y los sacrificios que has tenido que hacer para superar tantas cosas. Nadie podría reconocer tanto de eso, pero si eres dulce contigo serás tierna también y todo el bienestar que eso acarrea será percibido y respetado. Nadie puede ser tan dulce contigo como tú, pero tu plenitud podría provocar la admiración de alguna gente y tal vez su amor. Solo debes ser una mejor versión de ti misma, no otra versión de ti.

Tarda el ser humano en descubrir sus defensas y advertir sus posibilidades e imposibilidades. Tarda incluso en ser dulce.

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