Denis Aguilar

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Creemos que el análisis de cada uno de los desastres naturales que se han dado en el país en los últimos años nos tiene que forzar a realizar un estudio serio del funcionamiento de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres, porque en todos los casos se puede notar que la cantidad de víctimas mortales se convierte en un llamado de atención para que las autoridades nacionales y la sociedad pueda hacer una evaluación certera de los protocolos existentes, y de la forma en que son implementados por quienes tienen a su cargo, precisamente, aplicar la prevención para reducir el efecto de los daños de la naturaleza.

Guatemala es uno de los países reputados como más vulnerables no sólo por su ubicación geográfica sino por la existencia de alarmantes niveles de pobreza que colocan a millones de personas en condición de mayor riesgo, porque está visto que cuando ocurren ese tipo de desastres son siempre los más pobres quienes pagan las consecuencias. Por razones que habrá que establecer y que van desde más acceso a comunicaciones o mayor nivel general de información, una comunidad de otro nivel económico cercana al volcán pudo ser evacuada a tiempo y sin que se produjeran víctimas, pero no sucedió lo mismo con los pobladores de las aldeas y caseríos cercanos.

Precisamente por toda esa funesta conjugación de factores adversos frente a la naturaleza y nuestras dificultades sociales es que se requiere de una institución de alta eficiencia para prevenir y reducir el impacto de los desastres, lo cual no ha ocurrido ni con los terremotos previos, ni con deslaves como el de El Cambray o los efectos de las tormentas tropicales que nos han afectado y, por supuesto, ahora con la erupción del Volcán de Fuego.

Cierto es que los pobladores estaban acostumbrados ya a los retumbos del volcán y a sus erupciones periódicas en las que sufren por la ceniza, pero una entidad de prevención tiene que analizar todas las implicaciones y en el mundo está visto que actúan a veces en exceso de prevención porque los fenómenos no llegan a ser tan poderosos como se previó, pero rara vez se ve que se actúe de manera displicente pensando que es “otra erupción más”. Por supuesto que en prevención siempre es mejor equivocarse por estimar lo peor que meter la pata pensando que nada va a pasar. Se trata de cuestiones de vida o muerte, literalmente, y Guatemala no dispone de una autoridad competente, de verdad, para prevenir y reducir el impacto de los desastres.

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