Roberto Arias

Hemos visto en artículos anteriores, el análisis del doctor Hugo Cotro sobre los versículos bíblicos en los que Jehová, por medio de Moisés describe el estado de decaimiento de la naturaleza y de la condición humana en general, un proceso que se inició en el momento de la transgresión de nuestros primeros padres contra la Soberanía de Jehová, el Omnipotente Creador de todo lo que existe. Porque la Palabra de Dios se cumple… En los tiempos de Él y… punto.

La mujer, así como el bárbaro, el sometido por las armas, el endeudado, etc., pasaron a engrosar la ficción jurídica del(a) “esclavo”, de cuyas consecuencias hablamos hasta el día de hoy y que persiste bajo actualizaciones diversas (p.e. “trabajador asalariado”, “sin papeles”, etc.). El(la) esclavo no ha desaparecido desde entonces. Los sistemas de dote, la “compra de la novia”, las alianzas mercantiles entre familias patriarcales, etc., equiparan tanto (bajo su diversidad morfológica) la condición de la mujer con la del esclavo en general, que no vamos a insistir más en este punto. Simplemente ponemos en relación un nuevo modelo de control, patriarcal, que estuvo en la base de nuevos modos de producción alejados del comunismo primitivo, de la comunidad campesina simple. El control devino en sometimiento de la mujer y su conversión en mercancía y medio de (re)producción.

El término sometimiento aquí está siendo reservado para esa especie de control social (propio de la “sociedad civil”) que aún no se ha elevado a la categoría de un control asimétrico auténticamente político, en el cual la hembra en su universalidad, y no ya alguna en particular, se someten y se explotan no sólo dentro de la esfera privada que, a fin de cuentas en el mundo antiguo eran la esfera de la familia, tribu o clan, e incluso la aldea local, por contraposición a un poder externo y de carácter público.

El machismo y la sumisión: Los hombres machistas sufren de manera semejante las consecuencias del sometimiento. Cuando este tipo de persona cree que ha sometido a su esposa ¡qué tan equivocado está! Pues la mujer se defenderá atacando sus puntos débiles, donde más duela a su marido; un típico mecanismo de protección biológica. Por ejemplo, si ella identifica que su cónyuge se afecta bastante con la pérdida de dinero, entonces lo despilfarrará. Se trata de aquella fémina que demanda gastos con constancia, lo cual puede suceder a través de los hijos, una enfermedad o quitándole el dinero (sin que él lo sepa, claro está). Otra mujer sometida que identifique que el punto débil de su marido machista es algún hijo, es decir, tiene un preferido, ella creará una rivalidad encubierta con el susodicho, por lo general suele ser una hija. Cuando el sometido es el hombre, la defensa se activa de modo similar, por ejemplo, si este sabe que su esposa es celosa, la provocará flirteando con otras mujeres o siendo de hecho infiel. Con una frase coloquial podemos esbozar la siguiente conclusión; es sencilla: “no hay enemigo pequeño”.
La estupidez… prospera.

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