Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Algunos sostienen que la cacareada polarización en el país no llega a ser de la magnitud que se deriva del enfrentamiento en las redes sociales y que en términos generales es abrumadora la mayoría de gente que entiende que el país no tiene futuro si dejamos que persista la corrupción. No siempre se entiende que la corrupción no se traduce únicamente en el enriquecimiento ilícito de unos cuantos sino que tiene un impacto directo en el descalabro que se observa en todas las instituciones llamadas a servir a la población porque lejos de que estemos impulsando acciones para lograr el bien común, todo se centra en las formas de utilizar el poder para incrementar las oportunidades de negocio.
El destape del comportamiento del Partido Patriota en el ejercicio del poder sacudió la conciencia de una población que sabía de la existencia de negocios turbios pero que no había llegado a entender que todo el giro de la función pública se había pervertido al punto de que cualquier política o acción que no reportara suficientes mordidas era simplemente abandonada para concentrar todos los esfuerzos en lo que fuera generador de negocios turbios. Y fue obvio que el problema no empezó con los Patriotas, sino que venía de lejos y que los mecanismos de la cooptación del Estado fueron muy diversos pero todos, sin excepción, nocivos para la población menos favorecida.
Por ello es que creo que en el momento actual de nuestra historia debemos entender la necesidad de centrarnos en lo fundamental que es la reforma profunda del Estado para asegurar que pueda cumplir sus fines esenciales. Pienso que no es momento para el debate ideológico porque lo mismo nos da que robe un derechista como Pérez y Baldetti o que lo haga alguien que se dice socialista como Colom y Torres. Mientras no modifiquemos el patrón de funcionamiento del Estado y de conformación del poder, de nada puede servir la discusión derivada de la visión que nuestra ideología nos ofrece de los problemas del país. Tenemos carencias en todas las áreas de la gestión pública por la forma en que se prostituyó el ejercicio del poder y los ciudadanos tenemos la obligación de atacar primero ese problema.
Hace mucho tiempo que las políticas de Estado quedaron relegadas ante la voracidad de los actores políticos de un país que, como dije ayer en mi columna, está literalmente en trozos porque el abandono es patético en todas las áreas y para la gran mayoría de guatemaltecos la única esperanza de mejorar su calidad de vida es la inmigración ilegal a los Estados Unidos, la que se vuelve más riesgosa cada día y que asegura desplantes y desprecios ante la generalización de la xenofobia que ahora parece ser el contenido del discurso que usará el presidente Trump para apoyar a los candidatos republicanos en la crucial elección de medio período.
Urge un cambio de rumbo que le devuelva al Estado su capacidad de generar el bien común y por ello es que en la lucha contra la corrupción no cabe la polarización porque toda persona decente tiene que tomar partido y actuar contra ese vicio infame.