Cuando no existían los compradores de chatarra ni las hueseras era relativamente común ver vehículos en trozos, es decir totalmente desmantelados e inservibles que, colocados sobre pesados pedazos de madera, se iban consumiendo por el implacable óxido. Esa es la imagen que se nos viene a la mente cuando vemos a dónde ha llevado a nuestro país la corrupción e incapacidad de nuestros sucesivos gobernantes dedicados al cien por ciento al latrocinio y sin que ninguno de ellos implementara políticas para atender las necesidades del país.

En estos días estamos viendo que el derecho a la libre locomoción está siendo vulnerado por las autoridades de migración que no atinan a proporcionar pasaportes y en cantidades limitadas ponen un sello para extender la vigencia de cartillas caducadas. Lo más grave es que a nuestros compatriotas en Estados Unidos no les otorgan el documento y ello los convierte en doblemente indocumentados con los riesgos que eso les representa.

El Registro Nacional de las Personas está a punto de quedarse sin los DPI para atender la demanda de la población, mientras que se discute en Gobernación el negocio de las licencias de conducir con probabilidad de que puedan vencer los contratos y nos quedemos sin quién las extienda.

No existe en el país servicio de correo, siendo posiblemente el único del mundo con tal carencia. Las cartas enviadas a nuestro país son devueltas con un vergonzoso sello que dice “ese país no tiene servicio postal” con todo lo que ello significa. Y si revisamos los rendimientos en educación vemos que el abandono es total, no digamos la red vial y el sistema hospitalario, para señalar simplemente algunos de los aspectos en los que el deterioro llega a ser patético.

Ya hablar de la desnutrición infantil y del crecimiento de los niveles de pobreza, que implica el aumento de la migración, es el culmen del fracaso de un Estado que retrocede en vez de avanzar en los indicadores del desarrollo humano y promoción del bien común.

Tenemos que detener ese deterioro que avanza a pasos agigantados por la incapacidad y corrupción de nuestros gobernantes que no entienden el sentido de su función pública y que creen que los políticos están allí para hartarse y emborracharse con el dinero del erario que tendría que ser invertido escrupulosamente en la promoción de políticas que puedan generar oportunidades y mayor desarrollo humano.

Guatemala está en trozos y el óxido de la corrupción carcome lo que va quedando del país. Es hora, guatemaltecos, de ponerle fin a ese terrible descalabro.

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