Adolfo Mazariegos

He de iniciar estas breves líneas indicando que las mismas no están basadas en datos estadísticos de ningún tipo, tampoco nacen -mucho menos- como producto de investigación científico-social alguna. Nacen, en todo caso, en función de una sencilla reflexión basada en lo puramente empírico y en situaciones cotidianas que resultan bastante obvias como herramientas probatorias de una realidad que se manifiesta cada vez más evidente, aun cuando su importancia y trascendencia tiendan a ser minimizadas por parte de sectores variados de acuerdo a sus particulares intereses. Las causas de la migración (que no es lo mismo que inmigración o emigración aunque están íntimamente relacionadas como conceptos y como realidades) son variadas, y muchas veces obedecen a situaciones coyunturales en el marco del desarrollo y de las oportunidades existentes (o inexistentes, según sea el caso) tanto en el país o lugar de partida como en el sitio de destino de aquellos que deciden trasladarse buscando una mejor calidad de vida. Resulta sumamente revelador e ilustrativo, por ejemplo, el hecho de que “si California fuera un país independiente, sería la quinta economía más grande del mundo, adelante de Gran Bretaña” inclusive (The New York Times International Weekly, 27/05/2018). No es una casualidad, por supuesto. California es hoy en día uno de los Estados de la Unión Americana con mayor diversidad de culturas, lo cual le ha enriquecido a través del tiempo y le ha hecho refrescarse continuamente para mantenerse a la vanguardia en distintas áreas del quehacer humano, convirtiéndole, indiscutiblemente, en uno de los motores económicos de una de las potencias más grandes del planeta. No hay que olvidar, en tal sentido, que todo el actual Estados Unidos se formó con oleadas de inmigrantes, y es incuestionable lo lejos que ha llegado como nación construida con base a la riqueza humana de esa inmigración proveniente de distintas partes del Globo. Por esa, y por otras tantas razones que sería extenso enumerar, un ser humano con un mínimo de sensibilidad, no puede menos que indignarse y consternarse cuando un agente de la patrulla fronteriza de un Estado, cualquiera que este sea, dispara a la cabeza de una joven desarmada que, como ha trascendido, adicionalmente a los videos que han circulado profusamente dando la vuelta al mundo en los medios y redes sociales, no representaba amenaza alguna para la humanidad del agente que cegó su vida mientras la perseguía en una comunidad de Laredo, Texas. Más allá de las políticas migratorias de cualquier Estado en el mundo y de su derecho a resguardar sus fronteras, la xenofobia y el racismo que hechos como ése desnudan, tan sólo hacen retroceder al ser humano a etapas que se supone ya debieran estar superadas por mucho. Ojalá prevalezca la justicia en lo que sigue en este caso de la joven migrante originaria de San Juan Ostuncalco, puesto que su vida, que pudo ser grande y fructífera, simplemente es irrecuperable.

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