René Arturo Villegas Lara

En muchos lugares de la provincia, es común encontrar en el centro del parque un kiosco, que no es para vender revistas o periódicos, sino para que la banda o la marimba den conciertos los domingos, para coronar a las reinas de la feria titular del pueblo o para leer el testamento de Judas cuando llega el Sábado de Gloria. Los kioscos que todavía quedan, son circulares, sostenidos con estructuras de hierro, de barandas con adornos barrocos, que dan la idea de haberse construido en el tiempo afrancesado del presidente Reina Barrios; además, están levantados sobre una base un poco alta, de ladrillo tayuyo o de piedras expuestas. Así los he visto en la plaza de Parramos, en el parque de Chimaltenango o en Xela, en el parque que está frente a la iglesia de San Nicolás.

El parque Barrios de mi pueblo, Chiquimulilla, no tenía kiosco. Fue el alcalde municipal, don Adolfo Montepeque, de los pocos buenos y eficientes que hemos tenido (1946-47), quien al remodelar el parque con un estilo moderno y con un trazo distinto, ordenó que se construyera un kiosco. Éste tenía dos niveles, era de construcción circular y se utilizaron ladrillos, cemento, madera y láminas para el techo. Su costo fue de Q2,000.00; ni un centavo más ni un centavo menos, pues, eran otros tiempos; la probidad y la ética eran parte del arte de gobernar. Si mal no recuerdo, lo construyeron los hermanos Alfaro, uno que era albañil y don Tono, que era un buen carpintero y militante del Frente Popular Libertador. Intuyo que fue a don Tono a quien se le ocurrió la idea de hacer un pedestal que daba a la puerta grande de la iglesia Católica y allí colocó el viejo busto de Justo Rufino Barrios, que estaba en el centro del antiguo parque, desde los tiempos de los intendentes de Ubico. Así, el viejo General y consumado liberal, para castigo eterno y mientras no destruyan sus estatuas, como suele suceder, tiene a la fecha 71 años de estar viendo a los curas decir misa, levantar el cáliz y, digamos, escuchar los sermones del domingo, la granadera cuando salen las procesiones o las marchas de Semana Santa. Solo a un hombre progresista como don Tono, se le pudo ocurrir semejante modo de mofarse del caudillo del 71, como también lo hizo el poeta de Chiquimula, Ismael Cerna, al escribir el poema “Ante la Tumba de Barrios”.

En ese Kiosco salían a lucir las inquietudes artísticas de don Mario Orozco y don Gabriel Alfaro, cantando, acompañados de guitarras, un corrido que ellos compusieron y que se llama Santa Cruz Chiquimulilla, pues don Adolfo también compró un micrófono y puso bocinas en cada esquina del parque. Allí daban conciertos los domingos las marimbas Alma Tropical, de don Lencho Colindres, y la Maderas del Sur, de don Chente Vásquez. Además, en él se coronaban las reinas de la feria de la Cruz, se leía el testamento de Judas el Sábado de Gloria, era la tribuna de los políticos en tiempo de campaña y cuando se inauguró la luz pública, en 1948, también sirvió para que la comitiva del Gobierno, que incluía al alcalde de la ciudad, Mario Méndez, y al ministro o diputado Manuel Galich, no recuerdo bien el cargo, le oímos aventarse un emotivo discurso y los campesinos de sombrero y caites contestaban aplaudiendo y diciendo: ¡Eso es cierto! Los patojos lo que admirábamos eran las luces que encendieron exactamente a las 7 de la noche, porque de lo eléctrico lo único que conocíamos eran los relámpagos de la tempestades del invierno; y entonces las gentes apagaron los candiles que colocaban en las hornacinas de la calle principal, para ahorrar lo del gas. Durante muchos años, en el primer nivel del kiosco, funcionó una refresquería, en donde Magaleno vendía unos deliciosos helados de pura leche, servidos en copas de cristal. Y lo incierto que es la vida: cuando estaba haciendo el artesón, un ayudante familiar de los Alfaro, cayó al suelo y terminó sus días como ayudante de la construcción; y muchos años después, un sobrino de esos mismos maestros obreros, fue alcalde de los nuevos, mandó a destruir el kiosco y construyó un adefesio de cemento, que le quitó la fisonomía a las antañonas casas de la familia Preti, con su largos corredores que ya no se volverán a ver. Allí jugábamos Chiapas de cera para la Semana Santa y los ya grandes jugaban virada con fichas de a diez len.

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