Pedro Pablo Marroquín Pérez
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@ppmp82
Un niño de 8 años al caminar por las mañanas a la parada del bus pasaba arrancando las hojas de un árbol pequeño que había plantado la vecina. A esta le tomó tiempo entender quién y por qué estaban “peloneando” su árbol, pero fue hasta en la tarde que decidió poner más atención y se dio cuenta que el niño al regresar del colegio, pasaba arrancando unas flores.
Visto eso, se dio a la tarea de estar pendiente en la mañana a la hora que pasaba el bus y se dio cuenta que el niño también pasaba “agarrando recuerdos” en la mañana y se llevaba unas cuentas flores. Un día, cuando el niño se bajó del bus la señora lo buscó en la calle y le dijo que por favor dejara de estar cortando las flores del árbol porque no era correcto lo que estaba haciendo.
El niño, como cualquiera a su edad, le fue a contar a sus papás lo que la señora le había dicho y los padres de éste fueron a buscar a la señora y trataron de defender a su hijo diciendo que “cortar unas flores no era tan malo”. La señora les dijo que si lo seguía viendo “pelonear el árbol”, le iba a seguir diciendo que eso no era correcto.
Como el niño no fue instruido por sus padres de que no debía realizar lo que estaba haciendo, siguió en las mismas y una tarde que la señora dueña del árbol estaba afuera de su casa con unas visitas le dijo al niño, que seguía en las mismas, que eso no estaba bien. Como había más gente, el “niño se sintió como pollo comprado” y le fue a dar la queja a los padres que montaron en cólera y agarraron un pleito tonto en contra de la señora.
Pero traigo esta anécdota a colación, porque algo así nos está pasando en el país. Tenemos un juego con reglas que empiezan con la Constitución y si alguien no las cumple, existen mecanismos correctivos para obligar a la gente a que cumpla con el orden establecido. Pero algunos ciudadanos (enseñados y acostumbrados a vivir bajo la ley del más fuerte, cínico o inescrupuloso) están teniendo la actitud de los padres de la historia, y en lugar de enojarse con los que no cumplen las reglas, la quieren agarrar con quienes buscan una sanción por no cumplir las reglas o contra quienes terminan imponiendo esa sanción o aplicando el correctivo.
Siempre he dicho que en Guatemala todos debemos entonar el mea culpa porque hemos sido copartícipes del sistema que tenemos y ya sea por acción y omisión, hemos contribuido en algo a lo que hoy nos afecta, pero lo que no podemos es tolerar las conductas contrarias al orden establecido y de ajuste alentar esas malas prácticas, porque como decía el martes, pasamos a hacer del irrespeto a las reglas una cuasi norma y quizá, hasta una forma de vida.
Tenemos políticos que están ejecutando su función pública con el afán de satisfacer sus intereses personales y calmar sus penas, estamos frente a un escenario en el que la ley y el orden establecido valen gorro, y así es como se instalan las dictaduras de la corrupción. Así empezó la Venezuela que hoy tantas preocupaciones genera y por eso los correctivos son vitales.
Nos tenemos que aprender a indignar por la violación de la norma y de los principios, y no por los remedios a las conductas que alteran el orden establecido. Si un Presidente quiere cambiar a un Embajador para satisfacer intereses personales y con ello viola el artículo 149, es normal que ocurra un correctivo; la molestia se debe canalizar en contra de quien provoca la necesidad de que exista esa enmienda en la plana.
Así abundan los ejemplos, como abunda la necesidad de cambiar patrones nefastos en nuestra sociedad.