Roberto Arias
He asistido a varias iglesias de diferentes religiones y dentro de las costumbres religiosas que me han llamado mucho la atención, especialmente en religiones fundamentalistas, es el hecho de que dentro de las congregaciones existen familias, en donde claramente se ve el sometimiento físico y psicológico, generalmente de la esposa por el esposo, aunque hay algunas oportunidades en las que la situación es al contrario y es la esposa la que somete al varón. He visto esposas que, incluso, caminan con la cabeza gacha sin ver a los lados y se sientan igual.
Un esposo suele citar Génesis 3:16 (“A la mujer dijo (Jehová): Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu voluntad será sujeta a tu marido, y él se enseñoreará de ti” (o “él te dominará”) cuando quiere “poner a su esposa en su lugar”. ¿Es el sometimiento de la mujer al hombre un mandato divino?
Según el doctor Hugo Cotro, la parte del versículo que se refiere a la dominación de la mujer por parte del hombre se inscribe dentro de una enumeración de consecuencias nefastas del primer pecado que no habrían de ocurrir, en plenitud, inmediatamente después de ese pecado ni ocurrirían por voluntad de Dios.
De allí que cada una de esas consecuencias se encuentre conjugada en tiempo futuro: “La tierra te producirá”, “con el sudor de tu frente comerás”, “con dolor parirás”, “tu deseo será para tu marido”, “él se enseñoreará de ti”. Otro tanto puede decirse de la advertencia divina previa a la desobediencia: “El día que de él (del fruto prohibido) comieres, ciertamente morirás” (Gén. 2:16). Moisés, inspirado por Dios, está explicando el origen de una situación ambiental y sociocultural imperante en sus días (siglo XV a.C.), pero la enumeración divina que él recrea no fue pronunciada en el siglo XV a.C., sino mucho antes, inmediatamente después del pecado de Adán y Eva. Esas consecuencias (futuras cuando Dios las enumeró y presentes en los días de Moisés) no sobrevinieron en forma inmediata, repentina, tras el anuncio divino. Las rosas no se poblaron de espinas en el momento mismo en que Dios terminó de hablar. Tampoco aparecieron cardos por generación espontánea ni es lógico suponer que el siguiente parto de Eva estuvo signado por los dolores y el riesgo de morir. Adán no sometió o dominó a Eva a partir de ese mismo instante ni murió literalmente “el día” que comió del fruto vedado, sino más de 800 años después (ver Gén. 5:3-5).
Moisés describe en esos versículos un estado progresivo de decaimiento de la naturaleza y de la condición humana (física, mental, moral y social), un proceso que se inició en el momento mismo de la transgresión y que iría acentuándose, agravándose conforme transcurriera el tiempo.
Recuerdo que cuando una pareja se casa en algunas religiones, el sacerdote o pastor le dice al varón: Esposa te doy… No esclava.
Es evidente que hay quienes abusan del uso de la Palabra de Dios, sin siquiera comprenderla en su verdadera dimensión. Continúa…