La decisión del gobierno de solicitar el retiro del embajador de Suecia en Guatemala, Anders Kompass, tiene que entenderse en el marco de la máxima prioridad de la política exterior de nuestro país, es decir la búsqueda del retiro de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala o, por lo menos, de la remoción del Comisionado Iván Velásquez, toda vez que nadie puede poner en duda la probada actitud del diplomático durante muchísimos años como un verdadero amigo de nuestro país y de nuestras luchas por lograr el imperio de la justicia y el respeto pleno a los derechos humanos.
Es incontable la cantidad de diplomáticos que han desempeñado en Guatemala el cargo de Embajadores representando a sus respectivos países, pero pocos pueden mostrar tantos antecedentes probados de identificación con nuestro país y con su gente como el embajador Kompass, quien ya estuvo aquí como alto funcionario de Naciones Unidas y en tal misión acompañó el inicio de las operaciones de la Comisión Internacional Contra la Impunidad solicitada por los mismos guatemaltecos ante la abrumadora evidencia de que nuestro sistema judicial estaba carcomido por vicios que impedían la correcta aplicación de la ley.
El argumento que esgrime el gobierno para pedir su retiro es que en un acto donde se anunció la entrega de importante donación de Suecia para la CICIG, Kompass dijo que se necesitan cambios profundos en una sociedad corrupta, razón por la que en esa oportunidad fue citado por la Cancillería para reprenderlo.
Pocos diplomáticos han conocido tan a fondo nuestro país como Kompass y sus apreciaciones no se apartan de lo que los mismos guatemaltecos sabemos y sentimos en el sentido de que se requiere de una medicina fuerte para enfrentar añejos problemas que están enraizados en nuestra sociedad precisamente por la prolongada existencia de la impunidad. Dañino es para el país que un diplomático apañe la corrupción y la defienda como ocurre con algunos que actúan de manera muy visible, pero nunca lo serán quienes se comprometen con los esfuerzos ciudadanos por transformar una estructura de poderes paralelos dedicados al saqueo de los recursos públicos.
Nuestra política exterior nunca había sido tan errática porque ni siquiera en los años en los que éramos condenados por la violación de derechos humanos hubo desplantes como los que ahora se hacen respecto al tema de la corrupción que las autoridades pretenden apañar a como dé lugar. Todo gira alrededor de la molestia que el Presidente tiene hacia la CICIG y su Comisionado, lo que provoca traspiés que terminarán aislándonos.