Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Si en la lucha contra la corrupción en un país como el nuestro cupieran únicamente los impolutos vestidos de primera comunión sería realmente un esfuerzo vano porque sería raquítico el esfuerzo toda vez que ha habido una cultura de tráfico de influencias para cosechar privilegios y, en mayor o menor medida, el juego ha sido una especie de deporte nacional. Ni siquiera los que se dan baños de pureza con golpes en el pecho al escandalizarse por los pecados ajenos, sobre todo si son del sexto mandamiento, pueden vestirse de primera comunión sin antes recurrir a esa práctica católica que en mi generación conocimos como la confesión y que ahora, con una mentalidad distinta, la iglesia llama el sacramento de la reconciliación.

Obviamente hay distintos niveles de compromiso y responsabilidad en la forma de actuar dentro de ese sistema de corrupción, pero en las circunstancias actuales es importante que todos aquellos que entienden que el país no tiene viabilidad en medio de tanta podredumbre, den un paso al frente para alejarse de las viejas prácticas y ayudar a la construcción de un orden político y social distinto que tenga como fundamento la necesaria transparencia para asegurar el mejor uso de los recursos públicos para la búsqueda del bien común que, como el mismo concepto indica, nos ha de beneficiar a todos.

Ayer, al conocer de la fractura que se dio dentro del partido Movimiento Reformador se da uno cuenta que aún dentro de los que pueden haber sido parte del Pacto de Corruptos empieza a manifestarse gente que se escandaliza de la forma cínica y descarada en que actúan los más comprometidos con un sistema que agoniza. Y obviamente surgen las expresiones de que hay gente con la que no se puede hablar, pícaros a los que no se les debe permitir que puedan siquiera acercarse a los círculos en donde se ha librado de manera frontal y absoluta la lucha contra la corrupción, pero en respeto a la realidad histórica es importante reconocer que pocas veces como en esta nuestra coyuntura tiene tanta validez aquella expresión del mismo Cristo pidiendo que quien se sienta libre de pecado que tire la primera piedra, porque unos en mayor medida y otros en cuestiones menos relevantes, cuesta encontrar gente que haya tenido un vida de absoluta verticalidad alejada de cualquiera de las prácticas comunes en una sociedad corrompida hasta sus cimientos.

Y pienso que si ante la comisión de pecados mortales gravísimos cuya dimensión cuesta entender por lo que desde el plano teológico implica perder la Gracia de Dios, es posible el perdón como consecuencia del arrepentimiento que se manifiesta en el confesionario pero, sobre todo, del verdadero propósito de enmienda, lo mismo debe aplicarse para este necesario reencuentro en el que la aceptación de una agenda mínima basada en la decencia y transparencia nos permita reconstruir a Guatemala.

Uno quisiera que un cambio como el que necesitamos sea abanderado por líderes impolutos e intachables difíciles de encontrar, pero se puede trabajar, y mucho, con líderes imperfectos que han cometido errores pero que tienen no sólo la hidalguía de reconocerlos sino el claro y franco compromiso de enmienda.

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