Lic. Douglas Abadía C.
douglas.abadia@gmail.com
Guatemala por su condición topográfica y geográfica tiene un alto potencial de amenazas provocadas por la naturaleza o por el ser humano, tales como erupciones volcánicas, huracanes, inundaciones, incendios, tormentas tropicales, sismos, desbordamientos de ríos, aglomeraciones masivas, entre otros; de hecho, en los últimos treinta años, los huracanes, los terremotos, los deslizamientos y las inundaciones han causado pérdidas físicas en América Latina y el Caribe que alcanzan los US$4.2 mil millones.
En promedio, los desastres naturales en Guatemala han causado la muerte de cientos de personas y afectado a miles de personas cada año, mientras que las pérdidas han ido en aumento progresivamente, posiblemente debido al crecimiento rápido en zonas urbanas vulnerables y a que los procesos de desarrollo han causado destrucción ambiental en zonas vulnerables.
Los desastres (incluyendo aquellos de menor escala que no son visibles para el mundo exterior) profundizan el círculo perverso de la pobreza, porque dañan sustentos rurales y urbanos, así como disminuyen el capital social y productivo, por lo que tienen un impacto proporcionalmente mayor sobre microempresarios y pequeños agricultores.
Las lecciones aprendidas como consecuencia de diversos desastres registrados en el país, como por ejemplo el huracán Mitch y la tormenta Agatha, han evidenciado una alta vulnerabilidad de la población ante los desastres y la necesidad de seguir fortaleciendo el conocimiento de la población guatemalteca en relación a qué hacer en caso de un desastre; lamentablemente, muy pocas recomendaciones y medidas de prevención de se han tomado hasta la fecha: lamentablemente, lo urgente siempre le gana a lo importante.
La entrada del invierno a la región centroamericana nos pondrá nuevamente a pensar en la importancia de fortalecer la gestión del riesgo[1] en Guatemala, entendida como el proceso de toma de decisiones en un ambiente de incertidumbre sobre una acción que va a suceder y sobre las consecuencias que existirán si esta acción ocurre.
Afirmo lo anterior, pues tanto en mi experiencia personal como lo observado en medios de comunicación pude notar la falta de conocimiento en miles de guatemaltecos que no tenían ni la menor idea de qué hacer en caso de un temblor.
Lamentablemente en nuestro diario vivir en Guatemala, la ciudadanía vive agobiada por la violencia, delincuencia, corrupción, contaminación ambiental, crisis económica, pobreza y no tomamos en cuenta la importancia que tiene el contar con el conocimiento mínimo para enfrentar de mejor manera los desastres naturales. ¿El resultado? la mayoría de guatemaltecos viven ignorantes del qué hacer en caso de estar bajo amenaza[2], y ni la iniciativa privada y mucho menos el sector gobierno han invertido en divulgar herramientas básicas a la población en un país que está bajo constantes amenazas de la madre naturaleza.
Es momento de empezar a crear campañas de divulgación acerca del qué hacer en caso de enfrentar desastres naturales; para lograr dicho objetivo es necesaria la participación de los actores de la sociedad guatemalteca, población, iniciativa privada y sector gubernamental.
Todo ser humano cuenta con alternativas propias de autoprotección, que les permiten hacer uso de ellas cuando se encuentran en una situación que los atemoriza, esto nos permite emplear técnicas antes, durante y después de un evento adverso que nos ayudará a mitigar los riesgos existentes en una zona afectada y así evitar pérdidas humanas y materiales en un futuro inmediato.
¡No esperemos más tragedias como Cambray para empezar a generar una verdadera cultura de prevención y de gestión del riesgo!