Adolfo Mazariegos

Leí un breve artículo publicado la semana recién pasada en el suplemento semanal de The New York Times (The New York Times International Weekly), en el que el autor –Jochen Bittner– hace una reflexión con respecto a lo que él denomina el ‘Gran Juego nuevo’ y comenta brevemente acerca del enfrentamiento que se dio en el siglo XX entre las dos potencias mundiales que trataban de contenerse mutuamente en el marco de lo que llegó a conocerse como ‘Guerra Fría’. En tal sentido, prudente es hacer ver que dicho enfrentamiento nunca llegó a ser del tipo bélico-armado, es decir, por lo menos no de forma directa; el accionar de ambas potencias se limitó más bien a influir como ejes de poder en el contexto internacional, por lo que sus efectos fueron, y siguen siendo en alguna medida, sensibles prácticamente en todo el mundo. Durante el presente siglo, sin embargo, dicho enfrentamiento, ideologías aparte, se ha transformado en un conflicto con características propias de alcances globales al que se ha sumado imperceptiblemente un tercer actor (China), razón por la cual el llamado nuevo conflicto se torna más complejo, puesto que la contienda –por llamarle de alguna manera– ya no se desarrolla entre dos, sino entre tres potencias o actores que a su manera, se han encargado de darle a conocer al mundo el poderío del que pueden disponer en un momento dado. Dicho fenómeno cobra también otras connotaciones en virtud de que el mundo, ciertamente, ha cambiado desde la Guerra Fría: los avances tecnológicos de los últimos años hacen que el enfrentamiento abarque también otros campos que van desde lo ideológico-económico, pasando por lo intelectual (que podría incluir lo tecnológico), hasta lo geopolítico, esto último como factor de incidencia en las estrategias que en algún momento puedan utilizarse tanto de un lado como de otro en virtud del potencial geográfico y de recursos de ciertas áreas del Globo, lo cual es innegable, tal como lo ha demostrado la historia en distintos enfrentamientos pasados recientes. En tal sentido, resulta evidente que hay acciones en marcha tendientes a reducir la influencia de Occidente en el mundo, lo cual se pone de manifiesto en reiterados ejemplos tanto en lo económico y comercial como en determinadas alianzas que podrían denominarse de política internacional, lo cual pareciera estarse aprovechando cual as bajo la manga por parte de los asiáticos. En términos generales, tal como indicaba el autor del artículo citado líneas arriba, el conflicto actual es mucho más dinámico (o menos estático, para citarlo textualmente), lo cual le da la característica de lo inesperado, puesto que, como anoté en alguna columna anterior en este mismo espacio: en un contexto global como el actual, las jugadas en el tablero político pueden cambiar con rapidez, lo cual puede modificar también el panorama mundial en lapsos que pueden resultar relativamente cortos.

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